lunes, 23 de mayo de 2022

Confusión con la expectativa

Quinto fragmento de la conferencia de Robert Spaemann pronunciada en Madrid el 19 de mayo de 2005 titulada Confianza. Publicada en la revista Empresa y Humanismo Vol. IX, 2/05, pp. 131-148. El texto de la conferencia completa se puede obtener en el enlace: https://dadun.unav.edu/bitstream/10171/7007/4/Confianza.pdf

V. ¿Confianza en el futuro?

Actualmente se habla también de confianza en otro sentido impropio, a saber, la “confianza en el futuro” ¿De quién hay que fiarse ahí, en el fondo? La palabra “confianza” ahí sólo tiene sentido si quiere decir: confianza en Dios. Sin embargo, la confianza en Dios es absoluta e inquebrantable ocurra lo que ocurra. Precisamente por eso, no equivale al optimismo en el futuro: la fe de que en el futuro nos irá, si no mejor, por lo menos no sustancialmente peor que hasta ahora. Esta fe a veces es justificada, otras veces no. Los judíos que en 1933 creyeron en Alemania que el futuro no iba a ser tan malo como pensaban los pesimistas, se equivocaron terriblemente. El pesimismo hubiera sido más realista. La confianza en Dios nos hace libres frente a doctrinas deterministas, pero no nos fuerza a ser optimistas, a no ser con respecto a aquello que está más allá del límite de la muerte. Los pronósticos de futuro del Nuevo Testamento, respecto de lo que en su lenguaje es “este mundo”, son todo menos optimistas: son catastróficos.

Hablar de confianza en el futuro, tiene a lo sumo un núcleo racional si se refiere a una confianza en la buena voluntad, la competencia y la capacidad de decisión de nosotros mismos, de nuestros conciudadanos y de aquellos que nos gobiernan, y a la fe fundada en la posibilidad de eliminar los obstáculos estructurales que se oponen al despliegue de este potencial. Digo: la fe fundada, la convicción fundada. Aquí reside la paradoja de la confianza. A diferencia del riesgo mínimo calculado al que me expongo si subo a un coche o a un avión, la confianza siempre es un polo dentro de una interacción entre seres humanos. Se refiere a sujetos libres que pueden actuar de un modo o de otro. Pero, el hecho de poder actuar así o de otro modo no significa que nos hallemos en una incertidumbre permanente. En primer lugar, porque ellos poseen una naturaleza humana que los dispone, es decir, los inclina a actuar de un modo y no de otro en una determinada situación; tienen, además, ciertos intereses preestablecidos por su naturaleza y que, por regla general, o bien se pueden perseguir sobre la base de hábitos establecidos o de raciocinios previsibles. Todo ello hace calculable su actuación hasta cierto punto.

Por otro lado sin embargo, ese carácter calculable todavía no fundamenta la confianza. Poder calcular de antemano los movimientos estratégicos y tácticos del enemigo no equivale a confiar en el amigo. Confiar en alguien significa estar convencido o esperar con un alto grado de seguridad que el otro no persigue sus intereses de modo deshonesto a costa de mis intereses o de los intereses de otros. ¿Qué motivo podemos tener para suponerlo? El primer motivo que justifica también la confianza limitada que podamos tener en personas que no conocemos, es que a largo plazo tener en cuenta hasta cierto punto los intereses de los demás satisface también los bienintencionados intereses propios, y que la mayoría de los hombres -si exceptuamos a los suicidas- normalmente persiguen su propio interés. El confiado húngaro del cuento de Bergengrün evidentemente se amaba a sí mismo. Es peligroso el hombre que no se ama a sí mismo. Sin embargo, no llamamos digno de confianza en el sentido propio de la palabra al egoísta racional, sino al hombre del que sabemos por experiencia que por convicción ha convertido en hábito el mirar por los intereses de los demás; un hábito del que puede fiarse él mismo. En este caso hablamos de un buen carácter. Antiguamente se designó como virtud. La virtud no es, como mostró Aristóteles, una disminución de la libertad, sino su aumento. Es la capacidad, consolidada por el hábito, de hacer realmente lo que uno ha reconocido como bueno y deseable. Se podría afirmar que la virtud es aquello que capacita a alguien para fiarse de sí mismo. Y sólo aquel que puede fiarse de sí mismo, que puede confiar en sí mismo, justifica también la confianza que otros puedan tener en él.

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