Quinto fragmento del artículo de Robert Spaemann titulado Daseinsrelativität der Werte publicado en Henkmann, W., Leonardy, H. (eds.): Person und Wert. Schelers «Formalismus» - Perspektiven und Wirkungen, Freiburg, 2000, pp. 29-46; cuya reproducción traducida está extraída del libro de la editorial Eiunsa Robert Spaemann: Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar con el título La relatividad existencial de los valores
Lo nuevo relativiza lo antiguo
...gracias a los descubrimientos del arte moderno podemos apreciar en las obras antiguas cualidades que posiblemente sus propios creadores no percibieron. Al igual que el artista enseña a ver, también lo hace el genio moral que en ocasiones descubre por primera vez y sólo él un valor moral que luego, sobre todo por medio de su ejemplo, descubre también a otros.
continuación del epígrafe I
Bajo el peso de una nueva visión de ese tipo, las reglas de preferencia de un ethos más antiguo no se vuelven sencillamente obsoletas, pero ese viejo ethos es relativizado. Así, también para los grandes maestros cristianos como San Agustín o Santo Tomás de Aquino queda intacta la antigua jerarquía de valores según la cual el hombre cuyo interés al actuar es el honor y la fama es más noble que el que se deja llevar por el egoísmo sensual: es decir, el mecenas es más noble que el avaro y el guerrero valeroso más noble que el cobarde. Sólo que este ethos será relativizado por la idea de que, desde el punto de vista del amor de Dios, la mano derecha no debe saber lo que hace la izquierda, y que, por tanto, obrar por mor de la fama es siempre una forma, aunque noble, de egoísmo. Así, escribe San Agustín que los romanos, debido a sus gloriosos hechos, fueron un pueblo noble y se merecieron la fama que poseen. Sólo que se les pueden aplicar las palabras del evangelio: «Tienen en ello su recompensa». Esto es, habiendo obtenido la gloria que merecían tienen lo que deseaban, y no pueden esperar alcanzar además la bienaventuranza divina (4).
También en el infierno de Dante hay personas nobles e innobles. Lo mismo es válido para la humildad cristiana, para la que no hay lugar en la ética aristotélica. Sólo quien sabe apreciar el valor del honor puede poseer una virtud que le permita renunciar al bien del honor en aras de un bien superior. Así es como pensaba Ghandi cuando enseñaba la renuncia a la violencia. Para él la no violencia era la forma más elevada de valentía, y a menudo explicaba que prefería la violencia a la no violencia por cobardía o a la no violencia ligada al odio y al resentimiento.
Un ethos más rico, basado en una intuición de valores más amplia, no significa la negación de las percepciones de valores efectuadas en un ethos inferior, sino su relativización. Con todo, a veces significa también la crítica de sus reglas de preferencia inmanentes: eso sucede cuando éstas se basan en engaños cuyos orígenes pueden descubrirse. Esos orígenes siempre están en intereses subjetivos que se oponen al conocimiento del valor. El interés falseador de valores más importante es, tanto para Scheler como para Nietzsche, el resentimiento, esto es, el interés de los débiles en mejorar el sentimiento de su propio valor personal y su estatus mediante una transmutación de los valores.
El primero que, por lo que yo sé, trató de mostrar que la debilidad estaba en el origen de todo mal fue Rousseau. La bondad de Dios, para Rousseau, se deduce analíticamente a partir de su omnipotencia (5). Pero, probablemente, a ojos de Scheler esto sería ya también una teoría del resentimiento, pues aquí el mal no es en absoluto propiamente malo, sino sólo una consecuencia inevitable de lo realmente malo, a saber, de la desigualdad. Para Scheler, por el contrario, sólo esta consecuencia de la debilidad es mala, pero únicamente puede serlo si no es una consecuencia necesaria, sino sólo posible. Y es que uno puede mantenerse fiel a una jerarquía de valores también contra el interés propio. Renunciar a falsear los valores, aun cuando de ese modo pudiera uno mejorar su estatus, da ya en cualquier caso muestra de una cierta fortaleza personal que no extrae el sentimiento de su propio valor de la comparación con los demás. (4) San Agustín: De civitate Dei, V, 14-16
(5) Jean Jacques Rousseau, Émile ou de l’éducation, ed. Garnier, p. 342 nota
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