viernes, 13 de noviembre de 2020

Evolución de la sensibilidad

Cuarto fragmento del artículo de Robert Spaemann titulado Daseinsrelativität der Werte publicado en Henkmann, W., Leonardy, H. (eds.): Person und Wert. Schelers «Formalismus» - Perspektiven und Wirkungen, Freiburg, 2000, pp. 29-46; cuya reproducción traducida está extraída del libro de la editorial Eiunsa Robert Spaemann: Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar con el título La relatividad existencial de los valores

Percepción ampliada

Cuando ponen o eligen valores, las personas tienen que estar buscando algo; y eso que buscan no puede ser a su vez el valor elegido, pues éste brota del acto de poner y no antes.


continuación del epígrafe I


Volumen 3 de
Gesammelte Werke
¿Qué es entonces lo que buscan las personas? Buscan la optimización de la autoconservación, la satisfacción subjetiva, la promoción de actividades y propiedades socialmente útiles en una determinada situación histórica. A este respecto es pues la utilidad el valor con relación al cual se eligen o ponen el resto de valores. Pero, según Scheler, ése es precisamente el rasgo distintivo del ethos de la era burguesa y del capitalismo. Y al atribuir a toda otra época y cultura este criterio ético, el relativismo dominante se revela como una absolutización de la moral de la sociedad propia, la cual, por así decirlo, pretende ser la verdad de todas las demás.

  

La ética burguesa se entiende a sí misma como la vuelta en sí de las auténticas pulsiones del hombre, como emancipación de las bases naturales del ethos de todas las épocas anteriores: en eso, por otra parte, es del todo semejante a la sofística griega, que pretendía haber descubierto qué es lo que en el fondo buscan y siempre han buscado los hombres. Frente a ello, el pluralismo y culturalismo de Scheler es mucho más radical. No parte de que todos los hombres, con independencia de su diversidad cultural, en el fondo estimen y rechacen las mismas cosas. También él conocía ciertamente el gesto nietzscheano del desenmascaramiento, como se desprende de su escrito sobre el resentimiento. Pero por encima de este desenmascaramiento está siempre la intentio recta del fenomenólogo, que trata de mirar en la misma dirección que las personas de cuya forma de ver las cosas habla y de preguntar qué es lo que hay que ver ahí. Pues cuando alguien cree ver algo, ve algo, incluso si se trata de una alucinación. Como convincentemente expone Scheler, también las alucinaciones son objetos y no estados, y alucinar es un acto intencional que de ninguna manera puede describirse sin que se describa el objeto intencional correspondiente (Gesammelte Werke, vol. 3, p. 217 y s.).

Así pues, Scheler se toma en serio la diferencia entre las escalas de valores históricas de las cuales se derivan luego, en cada caso, sistemas normativos determinados. Lo que una persona, y también ciertamente un animal, experimenta como un valor, es un valor, y hemos de suponer que el campo de valores es infinito. 
El «omne ens est bonum» puede expresarse desde el punto de vista de la teoría de los valores así: mediante el correspondiente acto de sentir, en todo lo que existe podemos siempre intuir nuevas cualidades. Podemos imaginamos personas cuya naturaleza sea diferente a la humana y que puedan acceder a cualidades de valor que para nosotros, los hombres, queden siempre ocultas. En cualquier caso, los valores específicos de la persona también valdrían para ellas.
 
Pero no nos hace falta echar mano de supuestos hipotéticos. En la evolución del arte tenemos ante nosotros un ejemplo real. El arte del siglo XX nos ha descubierto cualidades estéticas de objetos y estructuras superficiales, hasta ese momento desconocidas. Pero dado que esas cualidades son objetivas, aquéllas que en épocas anteriores fueron foco de atención siguen siendo accesibles a nosotros. Podemos aprender a ver lo que ellos veían. Y, más aún, gracias a los descubrimientos del arte moderno podemos apreciar en las obras antiguas cualidades que posiblemente sus propios creadores no percibieron. Al igual que el artista enseña a ver, también lo hace el genio moral que en ocasiones descubre por primera vez y sólo él un valor moral que luego, sobre todo por medio de su ejemplo, descubre también a otros.

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