Séptimo fragmento de la Conferencia titulada Lo ritual y lo moral, presentada en las XL Reuniones Filosóficas, que bajo el título De la ley a la virtud. Proyecciones de la filosofía moral de Cicerón en el pensamiento europeo * tuvieron lugar en Pamplona los días 2, 3 y 4 de mayo de 2001. Publicado en Anuario Filosófico de la Universidad de Navarra, volumen 34, número 3 (2001), páginas 655 a 672.
La impronta del rito
No existe representación positiva adecuada del motivo del amor o del respeto a través de determinadas actuaciones. Tomás de Aquino escribe que no existe ninguna acción realizada por amor que no se pudiera llevar a cabo también sin amor. Sin embargo, existe un criterio negativo para la falta de amor. Consiste en la omisión de acciones que son incompatibles con el respeto.
continuación
Por lo que se refiere al ritual, para Kant sólo tiene significación la psicología. Sólo vale en la medida en que fomenta el carácter ético a través de símbolos. De forma similar ocurre con los gestos rituales de los jóvenes en Los años itinerantes de Wilhelm Meister de Goethe. Pertenecen a la "provincia pedagógica" y sirven al fomento de la triple reverencia que debemos a lo que está por encima de nosotros, lo que está por debajo y lo que es igual a nosotros. Hegel ha criticado el formalismo de la ética kantiana por no ser capaz de justificar aquellas instituciones morales, de las que depende su eficacia. Hay que presuponerlas siempre. Algo parecido quisiera decir respecto de los rituales en los que se representan y realizan las instituciones. Ellos mismos no son incondicionados e intransformables. Pero lo incondicionado que está en el fondo de todo lo ético se hace presente en una inmemoriabilidad que se resiste a toda funcionalización.
Los mártires del cristianismo primitivo hubieran podido considerar fácilmente como adiáfora (1) el gesto de quemar incienso ante la imagen del emperador e interpretarlo como formalidad cívica. Pero consideraron que privar a un rito de su significado no está a disposición de un individuo. Este rito representa lo incondicionado. Por eso los monoteístas preferían la muerte a ese rito, sin tener en cuenta el objetivo de la supervivencia de la Iglesia. Pues lo incondicionado nunca puede adquirir la forma de un fin que deba fomentarse, sino sólo la del respeto ante su representación. Así se relata en el segundo libro de Samuel como Uzá, el hijo de Aminadab, extendió la mano hacia el arca de Dios y la sujetó porque los bueyes amenazaban volcarla. "Entonces la ira del Yahveh se encendió sobre Uzá; allí mismo le hirió Dios por este atrevimiento y murió junto al arca" (2 Sam., 6, 7). Incluso David se disgustó a causa de esta actuación de Dios. David es rey y tiene la máxima responsabilidad precisamente también sobre el arca de Dios. A través de la actuación de Dios recibe una lección acerca de los límites de la responsabilidad.
Llamo ritual al aspecto de nuestra acción y omisión a través de la cual se limitan nuestra responsabilidad y nuestra racionalidad funcional. La promesa matrimonial, dada en forma ritualizada sustrae nuestra actuación futura no sólo a la determinación exclusiva mediante el cálculo de ganancias y pérdidas, también limita nuestra responsabilidad frente al bienestar de terceros. Con restricciones esto es válido para cualquier promesa. La limitación se refiere a aquellos condicionantes acerca de los cuales existe, por regla general, un consenso tácito. Y también aquí el comportamiento frente a los muertos constituye por así decir la piedra de toque. La ruptura de una promesa dada a un moribundo, acaso formulada de modo solemne y sellándola con un apretón de manos ya no ofenderá al muerto, a no ser que haya presentido el incumplimiento. Y sin embargo, esta promesa obliga con más fuerza que la que se da a los vivos que son capaces de dispensarnos luego de su cumplimiento o a los que podemos exigirlo.
La emancipación del ethos respecto del rito puede comprenderse como diferenciación en el proceso de la civilización. Pero esto presupone que aquello que consideramos ético siempre estaba implícito en la vida ritual. Y significa que el ethos no puede deshacerse completamente de su origen ritual sin anularse a sí mismo. La diferenciación se hace posible porque lo ritual, como dije al principio, siempre se presenta de dos modos: en la estructuración ritual de la vida cotidiana y en la representación inmediata de lo santo a través de ritos sacrales. La continuidad de rito y ethos se hace particularmente patente allí donde la pureza moral se destaca expresamente frente a la pureza ritual, como ocurre en el judaismo profético y sobre todo en Jesús. Cuando Jesús dice que el hombre no comete impureza por comer con manos sin lavar o por ingerir determinados alimentos, sino por las palabras que salen de su boca, confirma que el concepto de pureza ritual siempre tiene una connotación que lo vincula con lo ético. En caso contrario, no podría ser corregido a través de éste, sino que designaría simplemente un estado de cosas distinto.
(1) Adiáfora: Los cínicos y los estoicos denominaron adiáfora, o sea indiferentes, a todas las cosas que no contribuyen ni a la virtud ni a la maldad... Kant utilizó el término para indicar las acciones que se creían moralmente indiferentes, esto es, ni buenas ni malas. Referencia: https://glosarios.servidor-alicante.com/filosofia/adiafora
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