Octavo fragmento de la Conferencia titulada Lo ritual y lo moral, presentada en las XL Reuniones Filosóficas, que bajo el título De la ley a la virtud. Proyecciones de la filosofía moral de Cicerón en el pensamiento europeo * tuvieron lugar en Pamplona los días 2, 3 y 4 de mayo de 2001. Publicado en Anuario Filosófico de la Universidad de Navarra, volumen 34, número 3 (2001), páginas 655 a 672.
En el fin y en el proceso
La emancipación del ethos respecto del rito puede comprenderse como diferenciación en el proceso de la civilización. Pero esto presupone que aquello que consideramos ético siempre estaba implícito en la vida ritual. Y significa que el ethos no puede deshacerse completamente de su origen ritual sin anularse a sí mismo. La diferenciación se hace posible porque lo ritual siempre se presenta de dos modos: en la estructuración ritual de la vida cotidiana y en la representación inmediata de lo santo a través de ritos sacrales. La continuidad de rito y ethos se hace particularmente patente allí donde la pureza moral se destaca expresamente frente a la pureza ritual...; el concepto de pureza ritual siempre tiene una connotación que lo vincula con lo ético. En caso contrario, no podría ser corregido a través de éste, sino que designaría simplemente un estado de cosas distinto.
continuación
La teoría de Bergson de las dos fuentes incomensurables de la religión y de la moral desconoce, a mi modo de ver, esta unidad antropológica fundamental. El hombre nunca ha sido miembro inconsciente de un colectivo (1). “Dar la vida por los amigos” –según las palabras de Jesús, el signo extremo del amor- no es en principio algo distinto, si estos amigos son los propios hermanos, conciudadanos o compatriotas, los compañeros en la fe o incluso miembros desconocidos de la familia humana. Lo primero no es simplemente egoísmo colectivo, y lo segundo no es una apertura que ha dejado atrás cualquier vinculación de criatura, cualquier ordo amoris.
Según Peter Singer también la “moral abierta” de Bergson no es más que una variante de la “cerrada” y cualquier amor con el cual preferimos una pequeña criatura humana a un cerdo adulto es tan sólo una muestra del chauvinismo inmoral del género humano. Pero la unidad fundamental de lo ético también vale “hacia atrás”. La “moral abierta”, la ética diferenciada se anula cuando corta su enraizamiento en el rito. Lo que queda entonces es la poiesis de la tecnología social. La medida de lo bueno y lo malo es el mandamiento de optimización de los estados del mundo. Para el que cree disponer de los criterios definitivos para una optimización de esta índole, para éste se aplica el dicho de Lenin: “Para nosotros todo está permitido” (2). El fin justifica los medios y la buena intención ocupa el lugar del motivo moral fundamental del aidos, del pudor. Detrás de esta postura se esconde un nominalismo práctico que refiere toda acción inmediatamente a ese fin último en vez de considerarlo como un caso, como un tipo de acción que ya posee en sí mismo una cierta calidad moral y no permite considerarlo exclusivamente como instrumento para la realización de fines.
Por eso no es casualidad que, precisamente aquella profesión que, como ninguna otra, instrumentaliza al hombre al servicio de la comunidad, acentúe con particular claridad los límites de esta instrumentalización: la profesión del soldado. En ninguna otra profesión desempeña el concepto de honor un papel tan importante como en la del soldado. El honor del servicio tiene asimismo la significación de la autoafirmación ante aquél al que se presta el servicio. “Al rey pertenece mi vida, no mi honor”, con estas palabras se negó un conocido oficial prusiano a obedecer una orden inmoral. Y tampoco es casualidad que allí donde todo depende de la eficiencia y el éxito, a saber, en el ejercicio de la profesión de soldado en la guerra, el ritual -el ritual del combate- siempre ha desempeñado un papel destacado. Naturalmente, al igual que detrás de todo ritual, también aquí se da la convicción de que las guerras y las luchas se repiten y que por esto deben ser contenidas dentro de unos límites empezando por la treuga Dei (3) en la Edad Media. Por esta razón las llamadas “últimas batallas”, destinadas a aniquilar definitivamente el imperio del mal, son precisamente aquellas en las que caen todas las limitaciones rituales. Así tampoco las guerras civiles se llevan a cabo de modo ritual. El mantenimiento del “cuidado de la guerra” se denuncia entonces incluso como una mezcla de romanticismo y cinismo, como por ejemplo en Guerra y paz de Tolstoi. Como moral se considera sólo la guerra popular desatada y brutal.
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Jacopo Tintoretto: Minerva aleja a Marte |
La ritualización de la lucha crea siempre una simetría entre los adversarios, un reconocimiento mutuo que es incompatible con la constante proyección de la oposición entre lo bueno y lo malo sobre la enemistad actual. La ritualización de la lucha prohibe la equiparación del enemigo con el criminal. Entre policía y criminal no existen reglas de juego rituales en tanto en cuanto no se haya detenido al criminal. Sobre todo, entre ellos no existe paz. La clara distinción entre la guerra y la paz como dos estados de derecho pertenece a las grandes conquistas de la cultura humana. En el palacio de los dogos en Venecia se encuentra un cuadro de Tintoretto sobre el que se descubre a Minerva que impide que las dos figuras alegóricas de la guerra y la paz se junten, o mejor dicho, impide que la guerra se apodere de la paz. Cuando, como ocurrió, por ejemplo, en la guerra de Kosovo, se lanzan bombas sin previa declaración de guerra se está amenazando gravemente una antiquísima conquista de civilización.
(1) "Con Las dos fuentes de la moral y de la religión, obra de madurez, Henri Bergson (1859-1941) trata de responder, en plena crisis de la conciencia europea, al problema del malestar en la vida social. A través de la contraposición entre moral y sociedad abierta, por un lado, y moral y sociedad cerrada, por otro, a las que corresponden, respectivamente, religión dinámica y religión estática, Las dos fuentes indaga las formas de afirmación de la vida, con su expresión más evolucionada en la experiencia mística." Referencia: https://www.trotta.es/libros/las-dos-fuentes-de-la-moral-y-de-la-religion/9788498798029/
"La obra de del filósofo francés es una apología del misticismo y defiende la superioridad del espíritu frente la inteligencia." Referencia: https://www.nuevarevista.net/etica-donde-esta-el-bien/las-dos-fuentes-de-la-moral-y-la-religion/ (2) «En Krasnyi Match (La Daga Roja), órgano de la Cheka de Kiev, podía leerse en Agosto de 1919: “Nuestra moralidad no tiene precedente, nuestra humanidad es absoluta, porque descansa sobre un nuevo ideal: destruir cualquier forma de opresión y violencia. Para nosotros todo está permitido, pues somos los primeros que en el mundo han levantado la espada no para oprimir y esclavizar, sino para liberar a la humanidad de sus cadenas … ¿La sangre? ¡Que la sangre corra a mares¡.”». Referencia: https://eljinetepalido.wordpress.com/2008/06/22/de-totalitarismos/
(3) Treuga Dei: La Paz y Tregua de Dios fue un movimiento social, el primero de tendencia pacifista y global, creado por el Papa e impulsado en el siglo XI por Europa y en Castilla y Cataluña como respuesta de la Iglesia y de los campesinos a los abusos perpetrados por los nobles feudales. La paz de Dios se proclamó por primera vez en 989, en el Concilio de Charroux. Intentó proteger la propiedad eclesiástica, los recursos agrícolas y a los clérigos sin armas. La "Tregua de Dios", proclamada por primera vez en 1027 en el Concilio de Toulouges, intentó limitar los días de la semana y las épocas del año en que la nobleza podía participar en acciones violentas o de guerra. Este movimiento sobrevivió de alguna forma hasta el siglo XIII. Referencia: https://es.wikipedia.org/wiki/Paz_y_tregua_de_Dios
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