domingo, 10 de diciembre de 2017

La naturaleza como referente

Tercer fragmento de la conferencia de Robert Spaemann¿Qué significa el arte imita la naturaleza? recogido de dspace.unav.es/bitstream/10171/8633/1/REV_2_04.pdf

Similitud asimétrica

El objetivo de la autoestilización siempre es el de parecer natural, es decir, como si fuese resultado de la pura espontaneidad. Hablamos en este orden de ideas de una ‘segunda naturaleza’. Lo que en este ámbito se imita no es aquello que la naturaleza produce desde ella misma, sino cómo lo produce, por tanto, la espontaneidad, la inmediatez. La conciencia que ha perdido su ingenua inmediatez inicial —como dice Kleist en el Escrito sobre el teatro de títeres— tiene que haber “pasado por un infinito” para recuperarla.

(continuación)


El tertium comparationis de lo que puede llamarse ‘imitación de la naturaleza’ al parecer no siempre es el mismo. En lo que sigue quisiera distinguir tres maneras de imitación: la simulación técnica, la simulación estética y la simbolización de la naturaleza.

Ya empecé a hablar de la simulación técnica. Es ésta la que está considerando Aristóteles. ¿Qué es lo que se simula aquí? Imitación de la naturaleza no puede significar que lo hecho por el hombre se asemeja a algo arbitrario que no esté hecho por el hombre. Ello no significaría nada, pues de alguna manera todo se parece a todo.

Para centrarse en el tertium comparationis es aconsejable tener en cuenta que Aristóteles admite, además de la naturaleza y del arte, otros dos tipos de causas por las que algo es como es: la casualidad y la necesidad.

Algo es casual, primero, si en general es ‘algo’ y si no existe una causa que por su especie normalmente produce este algo. El hecho de que en esta aula esté sentada una dama con una chaqueta negra a 12,5 metros de distancia de un caballero con un pañuelo azul, no es nada, no es un suceso para el cual se buscaría una causa, a no ser que una persona lo hubiera predicho antes de comenzar esta conferencia. En este caso, esta circunstancia discrecional junto con su predicción adquiriría una significación, y con ello se convertiría en ‘algo’ para lo cual se buscaría automáticamente una causa. Y si no se halla un acontecimiento que por su naturaleza produce una coincidencia de esta índole, entonces hablamos de casualidad; de la misma manera que es casual si el viento levanta una teja del tejado que cae sobre la cabeza de una persona y la mata. El hecho de que el viento levante tejas del tejado cuando alcanza una determinada fuerza no es casualidad, sino que, según Aristóteles, estamos ante un cuarto tipo de causa, la necesidad. También es necesidad que una teja que caiga sobre la cabeza de una persona la mate. El suceso real ni es necesario, ni natural, ni propio del arte. Es producto de la casualidad que en aquel momento en el que cayó la teja, la persona se hallara en este sitio; a no ser que alguien intencionalmente hubiera llevado a la persona al sitio en cuestión sabiendo que iba a caer la teja, simulando así un accidente.

El arte y la naturaleza como causas tienen, por tanto, lo común y lo distintivo de otras causas, a saber, que los resultados que producen son la causa precisamente de aquellos procesos a través de los cuales se producen. Las causas de este tipo las designamos como fines. El hecho de que en invierno los pájaros encuentren alimento en África es la causa de los procesos neuronales en cuyo final se produce el vuelo hacia África. El suministro de oxígeno del organismo es la causa de la coordinación regular de aquellos procesos que sirven a la formación de los pulmones. Y el deseo de los hombres de desplazarse rápidamente y sin esfuerzos corporales a lugares distantes es la causa de la existencia de los automóviles. Pero en el último caso no está involucrada la naturaleza, sino el arte como causa. Uno puede también ir en tren en vez de en coche y puede ahorrar gasolina con motores eléctricos. Existe una historia de la técnica que no es idéntica a la historia natural del hombre, sino que empieza en una fase tardía de esta historia.

Ahora bien, ontológicamente hablando, la relación de similitud de formas naturales y artificiales es asimétrica. Éstas imitan a aquéllas y no al revés. La imagen se asemeja a lo imitado y no de modo inverso. “Pros hemas”, como dice Aristóteles, para nosotros, por tanto, gnoseológicamente hablando, es, sin embargo, recíproca. Comprendemos los procesos naturales en analogía con aquellos que ponemos en marcha nosotros, a saber, ideológicamente; admiramos con qué 'arte' trabaja la naturaleza e imitamos después la naturaleza comprendida de este modo.


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