Trasladémonos por
un momento a la desenfadada anarquía del cenáculo filosófico donde sólo cuenta
el argumento. Cabría pensar que tienen razón quienes, como Norbert Hoerster,
propagan la idea de renunciar a los derechos humanos y sustituirlos por los
derechos de las personas. Por tanto, persona sólo pueden considerarse aquellos
seres humanos que satisfacen determinados criterios, por ejemplo, los que
poseen la capacidad actual para la autoestima, de tal forma que su dignidad
como persona sólo puede ser lesionada mediante acciones que realmente privan al
individuo de la autoestima.
Nida-Rümelin
entiende por tales no las acciones dirigidas contra la vida humana, sino el
escaso "respeto a la forma individual de vida correspondiente, así como
los valores, normas y convicciones fundamentales que le son debidos". Ese
respeto sólo puede ser dispensado, como es natural, a seres que poseen tales
convicciones. Sin embargo, lamentablemente, todo es falso en esta tesis. En
primer término salta a la vista que existen seres humanos que son tratados de
la forma más humillante y violados de muchas maneras sin que padezca su
autoestima. La autoestima de los verdugos nazis del 20 de julio de 1944,
presumiblemente sufrió más por su propia conducta represora que la autoestima
de sus víctimas.
No obstante, no deseo insistir en el punto más
débil del argumento de Nida-Rümelin. En su favor, renunciaré a hacerlo, y
señalaré solamente aquellas acciones que puedan lesionar la dignidad humana y
que están en claro contraste con la autoestima de la víctima. Según él, poseen
la dignidad humana únicamente quienes son conscientes de ella y, en
consecuencia, capaces de autoestima.
También en los círculos filosóficos existen
los protocolos de la "carga de la prueba", o sea, las formas de
repartir la obligación de fundamentar las tesis. La tesis de quienes desean
sustituir los derechos humanos por el derecho de las personas negando el ser
personal a gran parte de la familia humana presenta un lastre argumental
considerable, pues contradice la tradición general, no solamente europea, sino
también la ética de la Humanidad. Su auténtico presupuesto estriba en afirmar
que somos seres humanos y, por ende, acreedores de un reconocimiento de la
consiguiente dignidad humana, pues los miembros normales de la familia humana
poseen determinadas cualidades como la autoconciencia, la autoconsideración y
otras análogas. De ahí se deriva que exclusivamente aquellos individuos
poseedores de dichas propiedades tengan derecho a tal respeto o consideración.
Si esto fuera así, entonces serían dignas de
aprecio las cualidades y situaciones que nosotros estimemos, y no las de los
portadores, que a veces pueden encontrarse en tales circunstancias y a veces
no. El representante más destacado de esa teoría empírica radical, Derek
Parfit, sostiene que el individuo que despierta del sueño es una persona
distinta de quien se duerme, pues precisamente al dormirse la persona cesa en
su existencia. Esto, desde luego, es consecuente con dicha teoría, pero tal
consecuencia contraintuitiva únicamente demuestra lo absurdo del supuesto.
Si somos conscientes de que tenemos hambre, el
hambre realmente empieza no con el llegar a tener conciencia de ella, sino con
el hambre misma que primeramente era inconsciente, y que después se convierte
en hambre auténtica. Análogamente, todos nosotros decimos: "Yo fui
concebido en tal fecha, y en tal otra nací después, en tal época y día". Y
los hijos preguntan a su madre: "¿Qué pasaba mientras me llevabas
dentro?" El pronombre personal "yo" se refiere no a un yo
consciente, que en el claustro materno ninguno de nosotros tenía, sino a la
vida incipiente del ser humano, que más tarde aprendería a decir "yo"
y, a decir verdad, porque otros seres humanos le están diciendo "tú"
antes de que pueda él mismo decir "yo". Aunque ese ser no aprendiera
nunca a decir "yo" por alguna invalidez, le pertenece el título de
hijo, hija, de hermano o hermana en una familia humana, y así, en la familia de
la Humanidad, que constituye una comunidad de personas. Únicamente existe un
criterio fiable respecto a la personalidad humana: la pertenencia biológica a
la familia humana.
Parece
complicado, pero basta con poseer la intuición de las personas corrientes para
comprender lo que D. Wiggins escribe: "Persona es todo ser viviente que
pertenece a una especie cuyos miembros típicos son seres inteligentes, dotados
de razón y reflexión, y capacitados de una forma característica por su dotación
física para considerarse a sí mismos, en diferentes momentos y lugares, como
los únicos individuos pensantes que existen" (Sameness and Substance,
Oxford, 1980).
Así las cosas,
sobran las especulaciones escolásticas sobre el comienzo temporal de la
personalidad. Tomás de Aquino creía en la activación divina, al tercer mes de
ser concebido el ser humano, de un alma espiritual e inmortal que se extrae de
su estado vegetativo. El Parlamento inglés cree que el feto es persona a los
quince días de vida. Todas estas especulaciones devienen ociosas toda vez que
el óvulo fecundado contiene el programa genético completo en su DNA. El
comienzo de cada uno de nosotros es imprevisible. Es preciso que en el momento
oportuno lo que es concebido por seres humanos se desarrolle autónomamente en
una figura humana en crecimiento y que pueda contemplarse como
"alguien", que no debe ser utilizado como "algo", por
ejemplo como almacén de órganos de repuesto simplemente en favor de otros.
Aunque ese "alguien" esté enfermo grave o incapacitado. Aun en el
caso de aquellos experimentos de congelación que llevaron a cabo los nazis en
los campos de concentración, como es sabido, a favor de otros enfermos.
Finalmente
Nida-Rümelin quiere tranquilizarnos diciendo que se ha extendido el perverso
argumento que predica, y que es válido porque la cuestión de los embriones está
abierta, y si no lo hacemos nosotros, otros se beneficiarán de este lucrativo
negocio. Tal argumento marca el final de toda ética. También en la naturaleza
se produce la muerte violenta de seres humanos, y finalmente todos hemos de
morir. ¿Pero nos está permitido, por ello, matar? Nadie es responsable de todo
lo que sucede. Responsables somos, más bien, de lo que hacemos.