viernes, 31 de marzo de 2017

Evolución y autocomprensión (y 4)

Del libro de Robert Spaemann LO NATURAL Y LO RACIONAL. ENSAYOS DE ANTROPOLOGÍA. Título original: Das Natürliche und das Vernünftige. Aufsatze zur Anthropologie, Piper, München-Zürich, 1987. Traducción: Daniel Innerarity y Javier Olmo. Segundo ensayo: Ser y haber llegado a ser. ¿Qué explica la teoría de la evolución?

5. Evolución y autocomprensión

continuación

Hoy se intenta subsumir el originarse y perecer bajo el concepto de transformación. Si la existencia no se entiende ya temporalmente, sino que el tiempo se añade como índice al respectivo predicado real del se enuncia la existencia, entonces no se origina ya absolutamente nada. Cuando Aristóteles, en lugar de eso, dijo “vivere viventibus esse”, señaló precisamente aquella experiencia que expresó Matthias Claudius con su alegría por ser, y que Bertrand Russell tuvo dificultades de expresar a causa de su diferente lógica. Al preguntarle en una ocasión uno de sus muchos interlocutores si no tenía miedo a la muerte, Russell respondió: “¿por qué habría de preocuparme dejar de vivir? Durante todo el tiempo anterior a mi nacimiento tampoco vivía y esto no me causa preocupación”. Naturalmente esto es sólo una salida graciosa; sin embargo, en Russell se reviste de una lógica que ignora el sentido temporal de la orientación de la existencia, porque ignora que para el hombre vivir es sinónimo de existir. Según la lógica de Russell, Russell existe siempre. Existe como alguien que vive en un periodo de tiempo completamente determinado.

Para el evolucionismo no hay una terminación del ser de algo, sino sólo una transformación. Nosotros somos monos transformados, lo que, naturalmente, plantea dificultades a nuestra autocomprensiónt. Los monos, a su vez, son sus predecesores transformados, etc; nunca topamos con algo como seres. Lo único que hay es el proceso del devenir. Sólo hay el continuo de este proceso, no unidades discretas que sean idénticas consigo mismas y diferentes de otras. La aplicación de expresiones de este tipo es, pues, una mera manera de hablar. Sólo designa un modo determinado de percibir la realidad. También se puede ver esto si consideramos el asunto desde el punto de vista del análisis del lenguaje.

En sí, un farol del alumbrado público no tiene más identidad que cualquier acumulación casual de objetos. Aristóteles opinaba que hay objetos a los que sólo nos podemos referir con expresiones que aludan a su identidad. El paradigma de tales realidades somos nosotros mismos. Nosotros no nos podemos entender como propiedades de algo diferente. Pero tenemos buenas razones para considerar a otros organismos como semejantes a nosotros en este aspecto. Expresiones de este tipo tienen, además, la peculiaridad de hacer delimitables entre sí los objetos a que se aplican. La palabra “rojo” no nos ofrece ningún criterio para distinguir un trozo de rojo de otro. En cambio, quien dice que ha entendido la palabra “manzana” y, sin embargo, no sabe dónde termina una manzana y comienza otra, muestra precisamente que no la ha entendido.

Por supuesto que no se puede forzar a nadie a la opción a favor de una visión del mundo que admite las sustancias y en contra de una que no lo hace. Esta es, ciertamente, la visión natural del mundo, pero hay incluso una gran religión que rechaza como ilusión esta visión natural del mundo: el budismo. Lo que nos condujo a la suposición de sustancias individuales fue la experiencia de la negatividad de forma triple: como el dolor, como experiencia del otro y como pensamiento de lo incondicionado. Las tres experiencias o pensamientos son considerados por el budismo como ilusiones. El budismo, como es sabido, no tiene un concepto de Dios. El budismo rechaza la idea del otro como otro. La ilusión del ser otro, la ilusión de la identidad como distinta de la no identidad, debe ser superada por la compasión, y el impulso decisivo para ello es el dolor, el sufrimiento. Éste sólo puede ser superado porque el presupuesto del sufrimiento -el sujeto que sufre- se reconoce como ilusión y se supera.


No puedo ni quiero entrar aquí en una discusión sobre el budismo. Esta religión sería bastante compatible con una concepción evolucionista del mundo; sin embargo, estaría también por encima de ella. Pues el evolucionismo no reconoce la contradicción que hay en suponer una sucesión de estados que, en último término, no son estados de nada, que es como lo ve el budismo. Desde la perspectiva budista, el evolucionismo sería sólo un estadio de paso en el camino desde el sustancialismo hasta la comprensión de la inanidad de todo el mundo objetivo. Si queremos seguir pensándonos como sujetos y si queremos dar algún sentido al concepto de la dignidad humana, la tarea de una Ontologia correspondiente tendría que ser entonces formulada -dando un giro a unas conocidas palabras de Hegel- de la siguiente manera: “pensar los sujetos como sustancias”. También podemos decirlo más sencillamente -en inglés- con Michael Dummett: “Man is a self-subsistent thing”.

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