domingo, 12 de marzo de 2017

Desafío evolucionista (y 4)

Del libro de Robert Spaemann LO NATURAL Y LO RACIONAL. ENSAYOS DE ANTROPOLOGÍA. Título original: Das Natürliche und das Vernünftige. Aufsatze zur Anthropologie, Piper, München-Zürich, 1987. Traducción: Daniel Innerarity y Javier Olmo. Segundo ensayo: Ser y haber llegado a ser. ¿Qué explica la teoría de la evolución?

3. La provocación de la teoría de la evolución. Génesis versus validez

(continuación)

La teoría de la evolución puede muy bien construir, en gran parte, los contenidos elementales de la ética humana. Puede, incluso, contribuir a la corrección de las formas del ethos, mostrando la disfuncionalidad de algunos modos de conducta que en otro tiempo eran funcionales. Este es, por lo demás, uno de los objetivos principales de las recientes publicaciones en el ámbito de la Etología humana. Lo que la teoría, sin embargo, no puede en absoluto realizar es una derivación de la forma específica de la ética humana, de la forma de la incondicionalidad que se expresa en el uso de la palabra "bueno" en un sentido no relacional.

El evolucionismo tiene que relativizar todo entusiasmo moral ante una bella acción y toda condena de una atrocidad. Tales aprobaciones y desaprobaciones lo único que dicen es que esos modos de actuar son funcionales o disfuncionales con referencia a un estado en sí indiferente, el cual, por causas de nuevo indiferentes, les aparece como digno de ser deseado a aquellos que expresan el entusiasmo o la condena. Todas las apelaciones morales -tan abundantes en los libros sobre teoría de la evolución- no pueden remediar el hecho de haber privado previamente de su fuerza a dichas apelaciones.

La reconciliación entre un modo de consideración genético y uno dirigido a la validez teórica sólo sería posible bajo un supuesto platónico, a saber: si entendemos la teoría de la evolución de manera que el ejercicio funcionalmente condicionado de una determinada conducta sea sólo la condición para que súbitamente se presente una dimensión de la experiencia completamente nueva, la dimensión de la incondicionalidad de lo bello. Así lo han visto Platón y Aristóteles cuando coinciden al escribir que el Estado surge para las meras necesidades de la vida, pero una vez que ha surgido, existe para la vida buena. Y lo que sea la vida buena, no se puede ya derivar de esas condiciones de origen. Es propio de los pensadores modernos antiteleológicos -como Hobbes- el que para ellos la legitimación del Estado nunca se desliga de las funciones definidas por sus condiciones de origen. 

En cuanto al descubrimiento de la dimensión de la incondicionalidad, podemos incluso reconstruir sus condiciones de origen: para los animales, los imperativos del instinto son subjetivamente incondicionados, en el sentido de que no son en absoluto capaces de reflexionar sobre su posible condicionalidad. Sólo nosotros, cuando 
reflexionamos, podemos constatar su condicionalidad y entenderlos como meros resultados de las leyes de la naturaleza, de las condiciones de origen y de las condiciones del entorno. Pero como los animales no reflexionan sobre la condicionalidad, no hay tampoco para ellos una incondicionalidad.

Sólo en la medida en que reflexionamos sobre la condicionalidad de nuestros propios impulsos, surge para nosotros la alternativa de lo relativo y lo absoluto. Antes de la reflexión teórica no puede existir lo incondicionado como un "incondicionado para nosotros, por tanto, relativamente incondicionado", sin convertirse en un mero como-si. La dimensión de la experiencia de lo incondicionado sólo se puede reconstruir ulteriormente en sus condiciones de origen, pero es per definitionem algo para lo que sus condiciones de origen son irrelevantes en el momento en que se origina. 

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