5. Evolución y autocomprensión
El pensamiento metafísico de que el hombre, cada hombre particular, sea una criatura de Dios querida expresamente en su peculiaridad, no prejuzga nada sobre el modo como esta voluntad divina realiza su fin. Desde siempre, la consideración religiosa del mundo ha admirado precisamente en el azar la mano de Dios. El sentido de un texto escrito a máquina no radica en que la máquina de escribir esté, por así decir, programada para producir precisamente ese texto. Visto por aquel que ha resuelto dejar a un lado todo lo sobrenatural -es decir, en este caso, el punto de vista por encima de la máquina de escribir-, que ha resuelto considerar el texto en relación a la máquina de escribir, el texto es completamente casual.
Carsten Bresch |
Lo menos plausible es un tipo de pseudoteoría como la formulada recientemente por Carsten Bresch en conexión con Teilhard de Chardin. Bresch propone contemplar el proceso de formación de estructuras cada vez más complejas y amplias como algo en sí digno de respeto, también y precisamente allí donde el proceso va más allá del hombre y le integra sólo como un elemento en una unidad más amplia.
El error de esta visión yace en una extrapolación ilícita. En primer lugar, se confiere un valor positivo al proceso que ha conducido al origen del hombre. Esta valoración retrospectiva obedece a que el resultado de dicho proceso ha sido la subjetividad. Pero como este proceso es indiferente frente a su resultado casual, se pregunta ahora por la legalidad que conduce a este resultado, y esta legalidad se valora ahora como un elevado desarrollo y progreso. ¿En qué consiste esta legalidad? Consiste en una tendencia a la construcción de estructuras cada vez más complejas. Y ahora se transfiere a esta tendencia la valoración positiva, pero no porque produzca la subjetividad, sino porque produce la complejidad, que es una perfección desde un punto de vista diferente, y que es una condición de la subjetividad.
Paradójicamente, se presenta ahora esta tendencia como digna de admiración en la medida en que conduce a grandes estructuras que, sin tener ellas mismas conciencia, contienen personas conscientes como meros elementos de la estructura. Un proceso semejante, que supera al hombre y lo mediatiza, tendría que ser valorado negativamente, o sustraerse a toda valoración. Todas las extrapolaciones de la idea de la evolución con acento positivo más allá del hombre contienen esta paradoja. Pero no sabemos si con el hombre desaparecen también las pautas de valor, sobre la base de las cuales se valora positivamente esta superación del hombre. Esta teoría del progreso que quiere sobreponerse al hombre recuerda al judío berlinés que -según el chiste contado por Adorno- salió a la calle en 1933 con una pancarta en la que estaba escrito: “¡Fuera nosotros los judíos!”.
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