La dignidad humana expuesta
continuación


En lo que sigue me gustaría defender la tesis de que no podríamos responder ni de la existencia ni de la identidad cualitativa de las personas, y que por eso tampoco tenemos que hacerlo. Empecemos por la existencia. Que no podemos responder de la eliminación de una vida humana inocente es en Alemania, en virtud de las malas experiencias en que aventajamos a otras naciones, parte integrante del ethos profesional médico, al menos en lo que respecta a personas después de su nacimiento. Por ello, ninguna persona puede exigir de otra, y mucho menos de un médico, que le diga, con palabras o con hechos: «Tú no debes existir». Sobre el más reciente cuestionamiento de esta obviedad no tengo que hablar aquí. Pero tampoco de la existencia de un hombre podemos responder. Y, afortunadamente, tampoco tenemos que hacerlo. No tenemos que forzar a nadie a vivir, es más, no nos es lícito hacerlo, ya sea mediante la alimentación artificial en contra de su voluntad, ya sea prolongando mediante máquinas la vida de alguien que ha quedado irreversiblemente inconsciente, cuyo organismo «quiere morir».

Lo mismo se puede decir también del forzar a vivir como comienzo de la vida humana. Si uno de mis hijos fuese tan infeliz que me pidiese cuentas preguntándome: «¿Por qué me habéis traído al mundo?», podría responder de entrada, con Gottfried Benn: «No creáis que estaba pensando en vosotros cuando me acostaba con vuestra madre. ¡Se le ponían tan bonitos los ojos a la hora del amor!». Y podría proseguir: «No debes tu vida a madre y a mí, sino a la misma naturaleza a la que yo debo la mía y a la que el creador ha confiado el origen de nueva vida». Es digno del hombre el origen que es consecuencia de una praxis, no de una poiesis, consecuencia de una forma de «tratar con», no producto de una fabricación.

Tampoco la píldora puede dar una configuración simétrica al deber de fundamentar la procreación o la no procreación. Se necesita una razón para no seguir el instinto y no engendrar a ningún niño. Para engendrar a un niño no se necesita razón alguna, pues de ningún modo puede haber una razón suficiente para hacerlo. Por ello, a la mencionada pregunta de mi hijo no podría dar una respuesta suficiente, y tampoco tendría que hacerlo. Sí tendría que hacerlo si hubiese instado a que se lo produjese en una probeta. Pero esa responsabilidad no puede asumirla nadie. Por ello, la frase del Credo, «Genitum non factum» -«engendrado, no creado»- designa no sólo el modo del origen del logos divino sino también el único modo adecuado de surgimiento de todo hombre.
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