jueves, 16 de julio de 2020

Razones para la existencia

Octavo fragmento del artículo de Robert Spaemann titulado Die Herausforderung des arulichen Berufsethos durch die medizinische Wissensehaft publicado en Medizinische Klinik, número 86 (1991). pp. 598-600, cuya reproducción traducida está extraída del libro de la editorial Eiunsa Robert Spaemann: Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar con el título El desafío planteado por la ciencia médica al ethos profesional del médico.


La dignidad humana expuesta


Si bien para un ser histórico, como el hombre, la normalidad de las condiciones de vida no es una constante, el hombre está tan lejos como cualquier ser vivo de poder prescindir de toda normalidad fiable. Y cuanto más nos acerquemos al límite inferior, mínimo, de esa normalidad, tanto más crece la invariación. Lo normal llega a ser entonces aproximadamente equivalente a lo que denominamos «natural».


continuación



Por lo demás, tan pronto todo esto es dado por supuesto y aceptado, se plantean bajo el desafío de la ciencia y de la tecnología modernas preguntas auténticamente nuevas, preguntas que tienen que ver con el hecho de que hemos de juzgar qué es entonces bueno y malo para el individuo. Por suerte, el médico no tiene que responder a esta pregunta en un sentido global, sino sólo limitándose a la salud. Y ahí resultaría fatídico tomar como base la definición de salud de la Organización Mundial de la Salud, que hace referencia a algo así como un bienestar global personal y social. En ella la salud es equiparada, en el fondo, a lo que los griegos denominaban «eudaimonia». Por este camino es fácil que el médico se convierta en un agente de todo tipo de manipulaciones sociales. Para que el ethos profesional médico siga siendo inequívoco, también el concepto de salud tiene que ser concebido de un modo suficientemente estrecho. Pero incluso en ese caso siguen abiertas bastantes cuestiones.

En lo que sigue me gustaría defender la tesis de que no podríamos responder ni de la existencia ni de la identidad cualitativa de las personas, y que por eso tampoco tenemos que hacerlo. Empecemos por la existencia. Que no podemos responder de la eliminación de una vida humana inocente es en Alemania, en virtud de las malas experiencias en que aventajamos a otras naciones, parte integrante del ethos profesional médico, al menos en lo que respecta a personas después de su nacimiento. Por ello, ninguna persona puede exigir de otra, y mucho menos de un médico, que le diga, con palabras o con hechos: «Tú no debes existir». Sobre el más reciente cuestionamiento de esta obviedad no tengo que hablar aquí. Pero tampoco de la existencia de un hombre podemos responder. Y, afortunadamente, tampoco tenemos que hacerlo. No tenemos que forzar a nadie a vivir, es más, no nos es lícito hacerlo, ya sea mediante la alimentación artificial en contra de su voluntad, ya sea prolongando mediante máquinas la vida de alguien que ha quedado irreversiblemente inconsciente, cuyo organismo «quiere morir».

Lo mismo se puede decir también del forzar a vivir como comienzo de la vida humana. Si uno de mis hijos fuese tan infeliz que me pidiese cuentas preguntándome: «¿Por qué me habéis traído al mundo?», podría responder de entrada, con Gottfried Benn: «No creáis que estaba pensando en vosotros cuando me acostaba con vuestra madre. ¡Se le ponían tan bonitos los ojos a la hora del amor!». Y podría proseguir: «No debes tu vida a madre y a mí, sino a la misma naturaleza a la que yo debo la mía y a la que el creador ha confiado el origen de nueva vida». Es digno del hombre el origen que es consecuencia de una praxis, no de una poiesis, consecuencia de una forma de «tratar con», no producto de una fabricación.

Tampoco la píldora puede dar una configuración simétrica al deber de fundamentar la procreación o la no procreación. Se necesita una razón para no seguir el instinto y no engendrar a ningún niño. Para engendrar a un niño no se necesita razón alguna, pues de ningún modo puede haber una razón suficiente para hacerlo. Por ello, a la mencionada pregunta de mi hijo no podría dar una respuesta suficiente, y tampoco tendría que hacerlo. Sí tendría que hacerlo si hubiese instado a que se lo produjese en una probeta. Pero esa responsabilidad no puede asumirla nadie. Por ello, la frase del Credo, «Genitum non factum» -«engendrado, no creado»- designa no sólo el modo del origen del logos divino sino también el único modo adecuado de surgimiento de todo hombre.

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