Medicina y Ciencia se entrecruzan
continuación
Ésa es la peculiaridad del denominado consecuencialismo, que hoy en día, lamentablemente, ha sido adoptado por muchos teólogos, en contra de toda la tradición cristiana. Como es natural, de la idea de responsabilidad específica de cada ámbito forma parte que el agente precisamente no tenga que asumir la responsabilidad de las consecuencias de la omisión de acciones cuya ejecución esté en contradicción con su ethos profesional.
Precisamente porque el confesor es responsable de la salvación del alma del penitente, no lo es del crimen que habría podido evitar si hubiese violado el secreto de confesión. Dado que el juez es responsable del Derecho, no lo es de que una absolución justa desencadene revueltas políticamente perjudiciales. El médico no es responsable de los gastos que produzca una persona a la que él ha salvado la vida. La totalización del concepto de responsabilidad llevaría a la corrupción de lo ético, a la disolución de la identidad moral del agente.
La responsabilidad por la colectividad de asegurados tiene que estar pre-estructurada por el legislador. Es el legislador, y no el médico, quien ha de poner los ojos ante todo en el «bien común». A ello ha de responder en el futuro una ética del paciente caracterizada por la disposición a renunciar. Pero no es lícito descargar la propia responsabilidad en ese ethos. Si así lo hiciésemos saldrían ganando los desvergonzados que no están dispuestos a esa renuncia.
Con todo, el auténtico desafío al que se enfrenta el ethos profesional médico no procede hoy en día del Estado totalitario, sino de la ciencia. Ya en el Hippias Menor de Platón se habla de que la ciencia médica es esencialmente ambivalente. Quien la posee, sabe cómo se puede curar a alguien y cómo se puede hacer que enferme. No es el especialista en medicina, sino el médico, de cuya definición forma parte un determinado ethos, quien está per definitionem al servicio de la salud. El ethos médico instrumentaliza la ciencia médica poniéndola estrictamente al servicio de la salud.
Sin embargo, por otro lado sucede también que el médico presta un servicio a la ciencia. La experiencia médica es una y otra vez el punto de partida de nuevos conocimientos científicos. Con todo, esa relación recíproca es asimétrica. La principal finalidad de las ciencias médicas, es más, su única finalidad, es servir a la praxis médica. En cambio, el servicio a las ciencias médicas nunca es otra cosa que producto secundario del actuar médico. La asimetría de esta relación, de todas formas, corre constantemente peligro a causa de la actividad científica moderna.
En el fondo, la ciencia empírica moderna recibe el primero de esos dos adjetivos injustificadamente. La experiencia concreta desempeña para ella, en el fondo, un papel marginal. Lo que en ella cuenta es el experimento. Y el experimento está guiado por teorías científicas que se ponen a prueba experimentalmente. Pues bien, ahí la actividad médica está sometida, de hecho, a la constante amenaza de ser instrumentalizada al servicio de la ciencia. «It was technologically so sweet»: esta frase del físico atómico Julius Robert Oppenheimer para explicar el interés de los científicos por la bomba atómica puede servir también para explicar más de un procedimiento médico.
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