Subordinación de la experimentación
continuación
Para la relación médico-paciente es esencial que el paciente sepa que el médico le aplicará la terapia que considere en conciencia que es la mejor posible para el paciente. Esto puede llevar a conflictos. Cuando se desee probar un medicamento y se formen dos grupos de test, puede suceder que ya en virtud del resultado obtenido en la primera mitad de los sujetos de prueba el médico llegue al conocimiento de que ese medicamento es efectivamente muy eficaz y quizá pueda salvar vidas. ¿Le es lícito seguir privando de ese medicamento a la segunda mitad de los sujetos de prueba, para que así se pueda llevar a término el test según las reglas científicas? Eso significaría que la segunda mitad de los sujetos de prueba no recibiría el tratamiento que según la convicción a que ya ha llegado el médico sería el óptimo para ellos. Ese modo de actuar subordina el ethos profesional médico al ethos del científico. Pero esa subordinación es la corrupción del ethos profesional. «Salus aegroti suprema lex» (el bien del enfermo es el mandamiento supremo): esto puede y debe referirse sólo al enfermo que se encuentre directamente bajo los cuidados del médico.
La responsabilidad por un conjunto indeterminado de posibles pacientes futuros nunca puede estar sino en segundo lugar. El paciente concreto no es parte de un conjunto indeterminado por el que el paciente tenga responsabilidad, sino que en la situación de tratamiento misma es el objeto íntegro y exclusivo de la responsabilidad. La responsabilidad que exceda ese límite es en primer lugar una responsabilidad negativa como es natural, al médico no le es lícito dañar a otros seres humanos para beneficiar a su paciente. No está obligado a hacer todo lo que sirva para curar a su paciente; a tal fin sólo le es lícito hacer lo que esté permitido. También aquí se cumple que no es responsable de las consecuencias de la omisión de acciones que no está autorizado en modo alguno a realizar. Este principio desempeña un cometido decisivo para juzgar tanto la extracción de órganos como el aborto.
Ahora bien, los límites de lo permitido pueden ser también de naturaleza económica. Dado el constante aumento de las posibilidades terapéuticas, no es razonable dar por sentado que todos los miembros de una comunidad tienen que hacer todos los esfuerzos imaginables para proporcionar a cada miembro de la sociedad las medidas sanitarias óptimas que desde un punto de vista puramente técnico sean posibles en cada caso. Mucho más importante es a la larga una configuración realmente humana del mínimo, es decir, a su vez, de lo normal que debemos a todos y cada uno. También a este respecto es urgentemente necesario esforzarse por obtener un concepto de normalidad actualizado. Si bien para un ser histórico, como el hombre, la normalidad de las condiciones de vida no es una constante, el hombre está tan lejos como cualquier ser vivo de poder prescindir de toda normalidad fiable. Y cuanto más nos acerquemos al límite inferior, mínimo, de esa normalidad, tanto más crece la invariación. Lo normal llega a ser entonces aproximadamente equivalente a lo que denominamos «natural».
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