sábado, 25 de julio de 2020

Experimentos con el genoma

Decimotercer y último fragmento del artículo de Robert Spaemann titulado Die Herausforderung des arulichen Berufsethos durch die medizinische Wissensehaft publicado en Medizinische Klinik, número 86 (1991). pp. 598-600, cuya reproducción traducida está extraída del libro de la editorial Eiunsa Robert Spaemann: Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar con el título El desafío planteado por la ciencia médica al ethos profesional del médico.


La dignidad alcanza a todos


Por más que estemos de acuerdo en que no disponemos del saber ni los criterios para proponemos mejora alguna del tipo «hombre», no deja de haber intervenciones que no están al servicio de la mejora, sino del restablecimiento mediante la eliminación de patentes deficiencias.


continuación



Y deficiencia no quiere decir aquí no alcanzar un óptimo imaginado de capacidad de rendimiento objetiva y de bienestar subjetivo bajo determinadas condiciones de civilización, sino no alcanzar un mínimo biológico normativo de capacidad de un organismo de sobrevivir por sí solo sin grandes dolores constantes. La norma es aquí la salud en un sentido estricto y restringido, no en el sentido utópico de la OMS. Hay enfermedades hereditarias. Y –para seguir echando mano a la analogía con el mercado- aquí está teniendo lugar desde hace mucho una perturbación del mercado, un falseamiento de la evolución natural, en virtud de las modernas posibilidades médicas de contrarrestar la selección natural.

¿Es acaso ilícito compensar esa perturbación mediante intervenciones terapéuticas en el plano genético? Que la denominada terapia genética somática al fin y al cabo no es más que una variante de las intervenciones médicas tradicionales, difícilmente podrá negarlo nadie, suponiendo que se pueda excluir con seguridad que se produzcan modificaciones imprevistas del genoma del paciente. Ahora bien, ¿qué sucede con la eliminación de graves enfermedades hereditarias, especialmente de aquellas cuyos portadores sólo son capaces de sobrevivir mediante permanente ayuda médica? Por más que la responsabilidad del médico se refiera directamente sólo a su paciente de cada momento, no puede ser ilícito tener a la vista también la salud de las futuras generaciones, sobre todo teniendo en cuenta que nuestra medicina ya está actuando sobre ellas de todas formas.

Sin embargo, a juzgar por el actual estado de cosas, las intervenciones sobre el genoma deben quedar excluidas también en ese caso, ya que los intentos de establecer una técnica con visos de éxito son inevitablemente lo que se suele denominar «investigación consumidora de embriones». Los óvulos empleados, que son consumidos al servicio de esa investigación, tendrían por delante, sin esa investigación, la oportunidad de una vida humana. Por ello, este tipo de investigación, y también la tecnología que sólo así cabe obtener, quedan excluidas mientras sigamos sosteniendo el carácter de fin en sí de todo hombre.

viernes, 24 de julio de 2020

Modelar la personalidad

Duodécimo fragmento del artículo de Robert Spaemann titulado Die Herausforderung des arulichen Berufsethos durch die medizinische Wissensehaft publicado en Medizinische Klinik, número 86 (1991). pp. 598-600, cuya reproducción traducida está extraída del libro de la editorial Eiunsa Robert Spaemann: Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar con el título El desafío planteado por la ciencia médica al ethos profesional del médico.


Retoques que desequilibran el conjunto


...los proyectos de tecnología genética persiguen hoy en día la mayor parte de las veces propósitos de mejora de la herencia, es decir, apuntan a mejorar la especie humana.

Contra proyectos de este tipo existen las siguientes razones:

1. Es un desatino pensar que la planificación racional es superior al desarrollo «natural» resultante de millones de diminutos pasos...


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La segunda razón para proscribir en todo caso tales programas es la siguiente. La persona humana es una figura, un todo. Toda característica de la misma está relacionada con otras características, y sólo en ese contexto adquiere su significado concreto. Toda intervención sobre determinadas características mediante la educación, el ejercicio y la autoeducación modifica características individuales solamente en función de una automodificación de la persona como un todo.

Distinto es el caso de una intervención genética aislada sobre un elemento del patrimonio genético. Esta modificación interfiere con una cantidad inabarcable de muchos otros factores, sin que podamos abarcar con la mirada, ni del modo más remoto, el resultado de esa interferencia. Y, por cierto, se trata aquí no sólo de interferencias en el individuo concreto sino también de una interferencia en la sociedad humana. La dominancia de determinadas características y de determinados tipos y la falta de otras cualidades tiene a su vez consecuencias imprevisibles. También con la educación se está privilegiando determinadas características que se estiman mucho en una sociedad.
Aldous Huxley

Toda sociedad tiene su estilo de vida y su estilo de educar. Sin educación el hombre no llega a ser hombre. Pero la educación no aniquila el potencial alternativo. No aniquila la posibilidad de los jóvenes de conducirse de una u otra manera respecto de aquello que se ha hecho de ellos. Por tanto, no aniquila la posibilidad de historia. Ahora bien, eso es precisamente lo que hace la manipulación genética desde el punto de vista de la mejora de la especie. Es una intolerable perpetuación del dominio de los muertos sobre los vivos.

Afortunadamente, esta concepción es hasta ahora, en buena medida, patrimonio común de nuestra civilización. Nuestra legislación prohíbe hasta la fecha toda intervención sobre el genoma humano. Pero esto puede cambiar rápidamente. Sobre todo, porque hay un campo en el que la argumentación seguida hasta ahora no es enteramente aplicable. Por más que estemos de acuerdo en que no disponemos del saber ni los criterios para proponemos mejora alguna del tipo «hombre», no deja de haber intervenciones que no están al servicio de la mejora, sino del restablecimiento mediante la eliminación de patentes deficiencias.

jueves, 23 de julio de 2020

Robotización humana

Undécimo fragmento del artículo de Robert Spaemann titulado Die Herausforderung des arulichen Berufsethos durch die medizinische Wissensehaft publicado en Medizinische Klinik, número 86 (1991). pp. 598-600, cuya reproducción traducida está extraída del libro de la editorial Eiunsa Robert Spaemann: Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar con el título El desafío planteado por la ciencia médica al ethos profesional del médico.


Zanahorias envenenadas


Si los hombres tuviesen que agradecer su modo de ser a las preferencias casuales de hombres anteriores a ellos estaríamos ante un injustificable dominio de los muertos sobre los vivos.


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Si el hombre es un fin en sí mismo, ningún hombre puede dictaminar cómo tendría que estar constituido un hombre deseable. Pues serían siempre los deseos de un productor los que en último término determinarían la identidad de lo así producido. Puede que sepamos qué tipo de cerdos nos gustaría tener. Pero no nos incumbe decidir qué tipo de hombres nos gusta tener.

La seducción moderna a este respecto queda dramáticamente expuesta en la novela de Walker Percy El síndrome Tánatos. En ella, mediante la introducción de determinadas sustancias en el agua potable de una zona de los EE.UU. se provoca una profunda modificación de la personalidad de la población. La justificación de ello es que de ese modo «de la noche a la mañana la delincuencia callejera se reducirá en un 85%, los malos tratos a niños en un 87%, los suicidios de adolescentes en un 95%, los malos tratos a las esposas en un 73%, los embarazos de adolescentes en un 87%, los ingresos en hospitales por depresión, adicción a los medicamentos y neurosis fóbica en un 79%, el SIDA en un 76%». El precio que hay que pagar por ello es una profunda modificación de la personalidad, que llega hasta el uso habitual del lenguaje y la conducta sexual.
Walker Percy

A lo largo de la novela se pone de manifiesto de qué modo se puede abusar de las personas así deformadas. Naturalmente, también se integra en ese contexto un programa de eutanasia. Y esta novela muestra en definitiva las terribles consecuencias de una actitud en la que determinadas personas, en este caso médicos, se apoderan de la identidad de sus semejantes, primero para fines que en apariencia son evidentemente beneficiosos, pero que al cabo no son sino criminales. Los argumentos de los partidarios de esta manipulación parecen irrefutables. Son irrefutables en el instante en el que cedamos a la sugestión de que tenemos que responder de todos los males que habríamos podido evitar, aunque su evitación sólo hubiese sido posible mediante modos de actuar que en nuestra calidad de hombres no están a nuestra legítima disposición. De lo que en realidad no podemos responder, de hecho, es de la identidad de una persona.

martes, 21 de julio de 2020

Predeterminación biográfica

Décimo fragmento del artículo de Robert Spaemann titulado Die Herausforderung des arulichen Berufsethos durch die medizinische Wissensehaft publicado en Medizinische Klinik, número 86 (1991). pp. 598-600, cuya reproducción traducida está extraída del libro de la editorial Eiunsa Robert Spaemann: Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar con el título El desafío planteado por la ciencia médica al ethos profesional del médico.


Construyendo un ser humano a medida


...me gustaría discutir tres tipos de cirugía genética: la clonación, las intervenciones sobre el genoma con la finalidad de mejorar la naturaleza humana y las intervenciones con el objetivo de eliminar enfermedades.


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En mi opinión, el argumento más importante acerca del tema «clonación» ha sido expuesto ya por Hans Jonas. Un clon es un gemelo univitelino trasladado en el tiempo. Contra su producción es válido de entrada el argumento que ya he mencionado en relación con la fecundación in vitro, esto es, contra el intento de hacer hombres. En la clonación no sólo se fuerza a un hombre a existir, sino que también su modo de existir es sometido al dominio de otros. Con todo, no en el sentido de hacer un nuevo hombre por bricolaje, sino en el sentido de copiar un hombre ya existente. A ese respecto el desplazamiento temporal del gemelo es la auténtica injusticia.

Los gemelos de la misma edad tienen cada uno de ellos un futuro abierto que ellos mismos configuran. Sólo mirando hacia atrás pueden constatar ciertos patrones comunes en su biografía. A ese futuro abierto tiene derecho todo hombre. Ese derecho se viola cuando alguien tiene ya a la vista a su gemelo en un estadio de su vida 35 años posterior. O bien queda paralizado por el fatalismo, o bien sufre bajo una insoportable presión derivada de la expectativa del entorno de que alcance los mismos logros que su gemelo, o bien se dirige, lleno de encono, contra ese modelo y contra su propia naturaleza y hace lo contrario de aquello a lo que sus
inclinaciones lo empujan: una dependencia invertida respecto del gemelo de más edad. Una terapia dirigida a hacerse sencillamente independiente de la imagen del de más edad llevaría todo el proceso de la clonación ad absurdum. Pues el sentido que tenía era precisamente producir una copia. Con todo, los proyectos de tecnología genética persiguen hoy en día la mayor parte de las veces propósitos de mejora de la herencia, es decir, apuntan a mejorar la especie humana.

Contra proyectos de este tipo existen las siguientes razones:
1. Es un desatino pensar que la planificación racional es superior al desarrollo «natural» resultante de millones de diminutos pasos. En el campo de la economía podemos considerar demostrado a estas alturas que las planificaciones racionales globales son inferiores a esa confluencia de incontables actos de trueque diarios a la que denominamos «mercado». Los países sometidos a un dominio totalitario necesitan décadas, quizá un siglo y más, para recuperarse de las consecuencias. Sin embargo, en último término esos daños son reversibles. Otra cosa es lo que sucede con la planificación genética a gran escala. «Pero», se podría objetar, «no se busca en modo alguno someter el genoma humano, con propósitos de mejora de la especie, a una administración centralizada. Las mejoras se dirigirán únicamente a los genomas de individuos concretos y de sus descendientes. Una mejora de la especie humana sería en todo caso la consecuencia a largo plazo de incontables intervenciones individuales de mejora».

La verdad es, sin embargo, que con cada una de esas intervenciones estamos cometiendo un exceso. No reducimos la contingencia, el carácter casual de la evolución natural, sino que la incrementamos al hacer que las preferencias contingentes de individuos concretos o de generaciones concretas tengan efectos irreversibles de unas dimensiones de las que nunca podemos responder. Pues nos faltan por entero criterios para esa mejora que estuviesen justificados objetivamente. ¿Qué es un hombre deseable? ¿Debe ser más inteligente? ¿O más feliz, o más creativo, o más fácil de contentar, o mejor adaptado, o más caritativo, o más robusto, o más sensible?

Basta plantear la pregunta para darse cuenta de lo absurdo de esas ideas de mejora. Si los hombres tuviesen que agradecer su modo de ser a las preferencias casuales de hombres anteriores a ellos estaríamos ante un injustificable dominio de los muertos sobre los vivos.

domingo, 19 de julio de 2020

Manipulación genética

Noveno fragmento del artículo de Robert Spaemann titulado Die Herausforderung des arulichen Berufsethos durch die medizinische Wissensehaft publicado en Medizinische Klinik, número 86 (1991). pp. 598-600, cuya reproducción traducida está extraída del libro de la editorial Eiunsa Robert Spaemann: Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar con el título El desafío planteado por la ciencia médica al ethos profesional del médico.


Útil antes que digno


Se necesita una razón para no seguir el instinto y no engendrar a ningún niño. Para engendrar a un niño no se necesita razón alguna, pues de ningún modo puede haber una razón suficiente para hacerlo. Por ello, a la mencionada pregunta de mi hijo no podría dar una respuesta suficiente, y tampoco tendría que hacerlo. Sí tendría que hacerlo si hubiese instado a que se lo produjese en una probeta. Pero esa responsabilidad no puede asumirla nadie. Por ello, la frase del Credo, «Genitum non factum» -«engendrado, no creado»- designa no sólo el modo del origen del logos divino sino también el único modo adecuado de surgimiento de todo hombre.


continuación



Igual de poco podemos responder de la identidad cualitativa de una persona. Ciertamente, la identidad de la persona humana y su irrepetibilidad no dependen de la irrepetibilidad cualitativa de su naturaleza. Los gemelos univitelinos son dos personas distintas. La identidad personal es identidad numérica, no cualitativa. Las personas pueden conducirse de diversas maneras respecto de todo lo que son cualitativamente. Pueden estar agradecidas por ser como son, o bien desear ser de otro modo obtener otro aspecto u otro carácter. Pueden tener deseos relativos a sus deseos, y así, por ejemplo, desear no tener determinados deseos. Pero la persona no es algo que esté situado más allá de su naturaleza. Su ser, cabría decir, es tener una determinada naturaleza. Quien se suicida, al hacer desaparecer su naturaleza se hace desaparecer a sí mismo. Y, a la inversa, sólo podemos operativizar el respeto a la dignidad de la persona mediante un determinado modo adecuado de tratar con la naturaleza de un hombre.

La manipulación de la estructura genética, ¿es uno de esos modos de trato adecuados? En favor de esas intervenciones se hace valer que la naturaleza humana no se debe a un acto creador directo, sino que es el resultado de una cadena de casualidades, la naturaleza humana no menos que cada naturaleza individual. ¿Qué puede tener de malo sustituir el azar por la planificación racional? En el tristemente célebre congreso de CIBA * de los años 60 se justificaron de ese modo las más desaforadas visiones de la cría selectiva de hombres. Se debía producir hombres más inteligentes, mejor adaptados a las condiciones de vida modernas, también a las necesidades de las estancias interplanetarias, más resistentes a las enfermedades. Pero también hombres que, como las abejas obreras, fuesen genéticamente naturalezas esclavas, que se sintiesen bien al prestar servicios inferiores, y a los que, por lo tanto, no se estuviese tratando injustamente si se los mantuviese en una permanente minoría de edad.

A este respecto, en primer lugar tenemos que hacer algunas distinciones. Simplificando un tanto, me gustaría discutir tres tipos de cirugía genética: la clonación, las intervenciones sobre el genoma con la finalidad de mejorar la naturaleza humana y las intervenciones con el objetivo de eliminar enfermedades.

* He intentado averiguar, sin resultado positivo, a qué congreso se refiere. Lo más parecido con las siglas CIBA que he encontrado corresponden al acrónimo de The International Consortium in Advanced Biology con sede en Brasil, aunque parece más centrado en la alimentación,tal como aparece en su página web https://www.ciba-network.org/ 


jueves, 16 de julio de 2020

Razones para la existencia

Octavo fragmento del artículo de Robert Spaemann titulado Die Herausforderung des arulichen Berufsethos durch die medizinische Wissensehaft publicado en Medizinische Klinik, número 86 (1991). pp. 598-600, cuya reproducción traducida está extraída del libro de la editorial Eiunsa Robert Spaemann: Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar con el título El desafío planteado por la ciencia médica al ethos profesional del médico.


La dignidad humana expuesta


Si bien para un ser histórico, como el hombre, la normalidad de las condiciones de vida no es una constante, el hombre está tan lejos como cualquier ser vivo de poder prescindir de toda normalidad fiable. Y cuanto más nos acerquemos al límite inferior, mínimo, de esa normalidad, tanto más crece la invariación. Lo normal llega a ser entonces aproximadamente equivalente a lo que denominamos «natural».


continuación



Por lo demás, tan pronto todo esto es dado por supuesto y aceptado, se plantean bajo el desafío de la ciencia y de la tecnología modernas preguntas auténticamente nuevas, preguntas que tienen que ver con el hecho de que hemos de juzgar qué es entonces bueno y malo para el individuo. Por suerte, el médico no tiene que responder a esta pregunta en un sentido global, sino sólo limitándose a la salud. Y ahí resultaría fatídico tomar como base la definición de salud de la Organización Mundial de la Salud, que hace referencia a algo así como un bienestar global personal y social. En ella la salud es equiparada, en el fondo, a lo que los griegos denominaban «eudaimonia». Por este camino es fácil que el médico se convierta en un agente de todo tipo de manipulaciones sociales. Para que el ethos profesional médico siga siendo inequívoco, también el concepto de salud tiene que ser concebido de un modo suficientemente estrecho. Pero incluso en ese caso siguen abiertas bastantes cuestiones.

En lo que sigue me gustaría defender la tesis de que no podríamos responder ni de la existencia ni de la identidad cualitativa de las personas, y que por eso tampoco tenemos que hacerlo. Empecemos por la existencia. Que no podemos responder de la eliminación de una vida humana inocente es en Alemania, en virtud de las malas experiencias en que aventajamos a otras naciones, parte integrante del ethos profesional médico, al menos en lo que respecta a personas después de su nacimiento. Por ello, ninguna persona puede exigir de otra, y mucho menos de un médico, que le diga, con palabras o con hechos: «Tú no debes existir». Sobre el más reciente cuestionamiento de esta obviedad no tengo que hablar aquí. Pero tampoco de la existencia de un hombre podemos responder. Y, afortunadamente, tampoco tenemos que hacerlo. No tenemos que forzar a nadie a vivir, es más, no nos es lícito hacerlo, ya sea mediante la alimentación artificial en contra de su voluntad, ya sea prolongando mediante máquinas la vida de alguien que ha quedado irreversiblemente inconsciente, cuyo organismo «quiere morir».

Lo mismo se puede decir también del forzar a vivir como comienzo de la vida humana. Si uno de mis hijos fuese tan infeliz que me pidiese cuentas preguntándome: «¿Por qué me habéis traído al mundo?», podría responder de entrada, con Gottfried Benn: «No creáis que estaba pensando en vosotros cuando me acostaba con vuestra madre. ¡Se le ponían tan bonitos los ojos a la hora del amor!». Y podría proseguir: «No debes tu vida a madre y a mí, sino a la misma naturaleza a la que yo debo la mía y a la que el creador ha confiado el origen de nueva vida». Es digno del hombre el origen que es consecuencia de una praxis, no de una poiesis, consecuencia de una forma de «tratar con», no producto de una fabricación.

Tampoco la píldora puede dar una configuración simétrica al deber de fundamentar la procreación o la no procreación. Se necesita una razón para no seguir el instinto y no engendrar a ningún niño. Para engendrar a un niño no se necesita razón alguna, pues de ningún modo puede haber una razón suficiente para hacerlo. Por ello, a la mencionada pregunta de mi hijo no podría dar una respuesta suficiente, y tampoco tendría que hacerlo. Sí tendría que hacerlo si hubiese instado a que se lo produjese en una probeta. Pero esa responsabilidad no puede asumirla nadie. Por ello, la frase del Credo, «Genitum non factum» -«engendrado, no creado»- designa no sólo el modo del origen del logos divino sino también el único modo adecuado de surgimiento de todo hombre.

sábado, 11 de julio de 2020

Límites de la atención médica

Séptimo fragmento del artículo de Robert Spaemann titulado Die Herausforderung des arulichen Berufsethos durch die medizinische Wissensehaft publicado en Medizinische Klinik, número 86 (1991). pp. 598-600, cuya reproducción traducida está extraída del libro de la editorial Eiunsa Robert Spaemann: Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar con el título El desafío planteado por la ciencia médica al ethos profesional del médico.


Subordinación de la experimentación


...es el médico... quien está per definitionem al servicio de la salud. El ethos médico instrumentaliza la ciencia médica poniéndola estrictamente al servicio de la salud.


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Para la relación médico-paciente es esencial que el paciente sepa que el médico le aplicará la terapia que considere en conciencia que es la mejor posible para el paciente. Esto puede llevar a conflictos. Cuando se desee probar un medicamento y se formen dos grupos de test, puede suceder que ya en virtud del resultado obtenido en la primera mitad de los sujetos de prueba el médico llegue al conocimiento de que ese medicamento es efectivamente muy eficaz y quizá pueda salvar vidas. ¿Le es lícito seguir privando de ese medicamento a la segunda mitad de los sujetos de prueba, para que así se pueda llevar a término el test según las reglas científicas? Eso significaría que la segunda mitad de los sujetos de prueba no recibiría el tratamiento que según la convicción a que ya ha llegado el médico sería el óptimo para ellos. Ese modo de actuar subordina el ethos profesional médico al ethos del científico. Pero esa subordinación es la corrupción del ethos profesional. «Salus aegroti suprema lex» (el bien del enfermo es el mandamiento supremo): esto puede y debe referirse sólo al enfermo que se encuentre directamente bajo los cuidados del médico.

La responsabilidad por un conjunto indeterminado de posibles pacientes futuros nunca puede estar sino en segundo lugar. El paciente concreto no es parte de un conjunto indeterminado por el que el paciente tenga responsabilidad, sino que en la situación de tratamiento misma es el objeto íntegro y exclusivo de la responsabilidad. La responsabilidad que exceda ese límite es en primer lugar una responsabilidad negativa como es natural, al médico no le es lícito dañar a otros seres humanos para beneficiar a su paciente. No está obligado a hacer todo lo que sirva para curar a su paciente; a tal fin sólo le es lícito hacer lo que esté permitido. También aquí se cumple que no es responsable de las consecuencias de la omisión de acciones que no está autorizado en modo alguno a realizar. Este principio desempeña un cometido decisivo para juzgar tanto la extracción de órganos como el aborto.

Ahora bien, los límites de lo permitido pueden ser también de naturaleza económica. Dado el constante aumento de las posibilidades terapéuticas, no es razonable dar por sentado que todos los miembros de una comunidad tienen que hacer todos los esfuerzos imaginables para proporcionar a cada miembro de la sociedad las medidas sanitarias óptimas que desde un punto de vista puramente técnico sean posibles en cada caso. Mucho más importante es a la larga una configuración realmente humana del mínimo, es decir, a su vez, de lo normal que debemos a todos y cada uno. También a este respecto es urgentemente necesario esforzarse por obtener un concepto de normalidad actualizado. Si bien para un ser histórico, como el hombre, la normalidad de las condiciones de vida no es una constante, el hombre está tan lejos como cualquier ser vivo de poder prescindir de toda normalidad fiable. Y cuanto más nos acerquemos al límite inferior, mínimo, de esa normalidad, tanto más crece la invariación. Lo normal llega a ser entonces aproximadamente equivalente a lo que denominamos «natural».

lunes, 6 de julio de 2020

Priorizar la salud del paciente

Sexto fragmento del artículo de Robert Spaemann titulado Die Herausforderung des arulichen Berufsethos durch die medizinische Wissensehaft publicado en Medizinische Klinik, número 86 (1991). pp. 598-600, cuya reproducción traducida está extraída del libro de la editorial Eiunsa Robert Spaemann: Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar con el título El desafío planteado por la ciencia médica al ethos profesional del médico.


Medicina y Ciencia se entrecruzan


Cuando se utiliza la expresión «ética de la responsabilidad» para obligar a todos y cada uno directamente a servir al bien de la humanidad en su conjunto, ese concepto destruye todo ethos profesional específico.


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Ésa es la peculiaridad del denominado consecuencialismo, que hoy en día, lamentablemente, ha sido adoptado por muchos teólogos, en contra de toda la tradición cristiana. Como es natural, de la idea de responsabilidad específica de cada ámbito forma parte que el agente precisamente no tenga que asumir la responsabilidad de las consecuencias de la omisión de acciones cuya ejecución esté en contradicción con su ethos profesional.

Precisamente porque el confesor es responsable de la salvación del alma del penitente, no lo es del crimen que habría podido evitar si hubiese violado el secreto de confesión. Dado que el juez es responsable del Derecho, no lo es de que una absolución justa desencadene revueltas políticamente perjudiciales. El médico no es responsable de los gastos que produzca una persona a la que él ha salvado la vida. La totalización del concepto de responsabilidad llevaría a la corrupción de lo ético, a la disolución de la identidad moral del agente.

La responsabilidad por la colectividad de asegurados tiene que estar pre-estructurada por el legislador. Es el legislador, y no el médico, quien ha de poner los ojos ante todo en el «bien común». A ello ha de responder en el futuro una ética del paciente caracterizada por la disposición a renunciar. Pero no es lícito descargar la propia responsabilidad en ese ethos. Si así lo hiciésemos saldrían ganando los desvergonzados que no están dispuestos a esa renuncia.

Con todo, el auténtico desafío al que se enfrenta el ethos profesional médico no procede hoy en día del Estado totalitario, sino de la ciencia. Ya en el Hippias Menor de Platón se habla de que la ciencia médica es esencialmente ambivalente. Quien la posee, sabe cómo se puede curar a alguien y cómo se puede hacer que enferme. No es el especialista en medicina, sino el médico, de cuya definición forma parte un determinado ethos, quien está per definitionem al servicio de la salud. El ethos médico instrumentaliza la ciencia médica poniéndola estrictamente al servicio de la salud.

Sin embargo, por otro lado sucede también que el médico presta un servicio a la ciencia. La experiencia médica es una y otra vez el punto de partida de nuevos conocimientos científicos. Con todo, esa relación recíproca es asimétrica. La principal finalidad de las ciencias médicas, es más, su única finalidad, es servir a la praxis médica. En cambio, el servicio a las ciencias médicas nunca es otra cosa que producto secundario del actuar médico. La asimetría de esta relación, de todas formas, corre constantemente peligro a causa de la actividad científica moderna.

En el fondo, la ciencia empírica moderna recibe el primero de esos dos adjetivos injustificadamente. La experiencia concreta desempeña para ella, en el fondo, un papel marginal. Lo que en ella cuenta es el experimento. Y el experimento está guiado por teorías científicas que se ponen a prueba experimentalmente. Pues bien, ahí la actividad médica está sometida, de hecho, a la constante amenaza de ser instrumentalizada al servicio de la ciencia. «It was technologically so sweet»: esta frase del físico atómico Julius Robert Oppenheimer para explicar el interés de los científicos por la bomba atómica puede servir también para explicar más de un procedimiento médico.

jueves, 2 de julio de 2020

Ensoñaciones éticas

Quinto fragmento del artículo de Robert Spaemann titulado Die Herausforderung des arulichen Berufsethos durch die medizinische Wissensehaft publicado en Medizinische Klinik, número 86 (1991). pp. 598-600, cuya reproducción traducida está extraída del libro de la editorial Eiunsa Robert Spaemann: Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar con el título El desafío planteado por la ciencia médica al ethos profesional del médico.


Responsabilidad desmedida


El bien del todo se procura mejor si cada uno asume su responsabilidad específica que si se siente responsable del todo directamente. La obligación inmediata de cada persona de servir a una totalidad que en realidad no es accesible a nadie es el rasgo distintivo del totalitarismo. El totalitarismo no puede aceptar algo así como un ethos profesional específico.


continuación



Ni el del médico, ni el del jurista, ni el del soldado. Pues todo ethos profesional, también el del soldado, crea una cierta distancia del individuo respecto de la totalidad política en la que vive. Sirve a ese todo, pero tiene que responder por sí mismo de la forma de su servicio, y nadie puede exigirle que sea capaz de todo. Alguien que es capaz de todo y para el que nada es sagrado, alguien que es un dócil instrumento en manos de servidores de un aparato que se las dan de representantes del todo político, es una persona sin honor. Un viejo principio prusiano rezaba así: al rey le pertenece mi vida, pero mi honor no (1). El honor, la honra del propio estamento o corporación, están directamente vinculados al ethos profesional.

Un ejemplo de la corrupción del ethos profesional médico son los psiquiatras soviéticos que se entienden a sí mismos directamente como agentes del bien común, de un bien común definido ideológicamente. Y está definido ideológicamente todo bien común que no surge de la confluencia de ámbitos bien perfilados, distintos entre sí y que impliquen responsabilidades éticas específicas. La responsabilidad es específica de cada situación. Esto no quiere decir que sea distinta en cada situación. Existen situaciones típicas, y por ello también ámbitos de responsabilidad típicos y bien definibles. De suyo única e irrepetible lo es solamente la situación global del mundo en un determinado instante. El concepto de responsabilidad queda disuelto si se amplía excesivamente el concepto de situación y se entiende por situación aquélla en que se encuentre en cada momento el mundo en su totalidad. A una situación así definida no podemos reaccionar adecuadamente en modo alguno.

A este respecto la distinción de Max Weber entre ética de los principios y ética de la responsabilidad ha causado una gran confusión. En Max Weber tiene un sentido que se puede indicar con exactitud. Pero hoy en día se abusa de ella en todas partes -son sobre todo los políticos quienes lo hacen- dándole un sentido que destruye de raíz el concepto de responsabilidad. Y es que hoy en día todo el mundo dice ser un seguidor de la ética de la responsabilidad. La ética de los principios huele a fanatismo ajeno a la realidad del mundo y que, ciego para las consecuencias de su actuar, se contenta con aplicar al pie de la letra los principios correctos.
Max Weber

Lo que hoy en día se entiende en múltiples ocasiones por «ética de la responsabilidad» es en realidad exactamente idéntico a la denominada ética de los principios. Y es que ambas se rigen por algo que el agente se figura en su cabeza que es lo mejor del mundo. De hecho, el actuar ético es siempre un actuar responsable. La alternativa no reza en modo alguno «principios o responsabilidad», sino que la pregunta es: «¿Quién es responsable y de qué?». Cuando se utiliza la expresión «ética de la responsabilidad» para obligar a todos y cada uno directamente a servir al bien de la humanidad en su conjunto, ese concepto destruye todo ethos profesional específico.

(1) “El general prusiano Von der Marwitz en la guerra de Sajonia recibió el encargo del rey de Prusia de saquear y destruir el castillo del rey sajón en Dresde. Él se negaba a hacer eso. El rey le hizo saber que, a título de rey, podría hacerlo fusilar por insubordinación. A esto replicó Marwitz: «Al rey le pertenece mi vida, pero no mi honor».” (Robert Spaemann: Sobre Dios y el mundo: Una autobiografía dialogada)