

“Pero yo insisto en mi convencimiento de que un pueblo entero no es capaz de elevarse a los verdaderos principios de la verdadera sabiduría. Puede conservar determinadas reglas útiles y elogiables. Pero esto acontece más bien gracias a la autoridad de la educación, el respeto de las leyes, el celo por la patria, la imitación de los modelos, gracias a la costumbre, a menudo incluso por miedo al castigo y esperanza de la recompensa. Pero ser filósofo, buscar lo bello y lo bueno por el simple convencimiento y a causa del amor verdadero y libre al bien y la verdad, es algo que nunca puede hacerse extensivo a un pueblo entero. Esto es patrimonio de unas almas escogidas que el cielo ha querido distinguir de las demás. El pueblo sólo es capaz de las virtudes de la costumbre y de la opinión, apoyado sobre la autoridad de aquellos que han merecido su confianza. Pues bien: creo que esta es la virtud de vosotros los antiguos chinos. Estas personas son justas a la hora de encontrar una medida de la justicia en las cosas a las que están acostumbrados, pero no en las otras —a menudo más importantes— en las que les falta capacidad de juicio. Son justos ante sus conciudadanos e injustos ante sus esclavos, celosos por la patria y bandidos injustos con los pueblos vecinos, sin caer en la cuenta de que la tierra es una única patria común en la que todos los hombres de los diferentes pueblos deben vivir como una única familia. Estas virtudes, basadas en la costumbre y los prejuicios de un pueblo, son más bien virtudes atrofiadas, carentes de referencia a los primeros principios que confieren a la verdadera idea de justicia y de virtud su completa extensión”.
Texto completo en el enlace http://dadun.unav.edu/handle/10171/876
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