viernes, 13 de mayo de 2016

Universalismo y eurocentrismo

Fragmento de la conferencia de Robert Spaemann títulada Universalismo o eurocentrismo. La universalidad de los derechos humanos, pronunciada en los Encuentros de Castel Gandolfo y publicada en la revista Merkur. Deutsche Zeitschrift für europäisches Denken, agosto de 1988 (8), páginas 706-712. Traducción de Daniel Innerarity.

En la novela de G. K. Chesterton Manalive, un chino llamado Wong-Hi cuenta en una carta su encuentro con un europeo, Innocent Smith, el héroe del libro. El chino sirve en el templo de sus antepasados. Smith pregunta al chino si cree en los dioses. Wong-Hi le contesta:

Mire usted Señor, tiene que ser bueno para los hombres elevar sus manos, aun cuando los cielos estén vacíos. Pues si existieran los dioses estarían contentos, y si no existieran no habría nadie que estuviera descontento. Unas veces, el cielo está de color dorado, otras púrpura y otras de color marfil, pero los árboles y los templos permanecen tranquilos bajo cualquier cielo. Del gran Confucio hemos aprendido que cuando hacemos siempre las mismas cosas con nuestras manos y nuestros pies —como los sabios animales y pájaros— podemos pensar las más diversas cosas con nuestras cabezas. Sí Señor, y dudar de otras muchas. Con tal de que los hombres ofrezcan arroz y enciendan las antorchas en el momento preciso, importa muy poco si existen los dioses o no. Porque todas estas cosas no tienen lugar para aplacar a los dioses, sino a los hombres.

Innocent Smith exorta al chino: “¡destruyan sus templos y sus dioses serán libres!”. Wong-Hi, riéndose de la ingenuidad del europeo, replica: “entonces, cuando no haya dioses, no tendré otra cosa que un templo destruido”. Wong-Hi continúa su relato: “y después, el gigante que había fracasado con la luz de la razón extendió sus brazos y me pidió que le perdonara. Cuando le pregunté de qué quería que le perdonara, me contesto: ‘por tener razón. Vuestros ídolos y emperadores son tan antiguos, sabios y pacíficos, que es una lástima que no tengan razón. Nosotros somos tan vulgares y violentos, hemos hecho tantas cosas malas, que resulta vergonzoso que tengamos razón’. Y yo, haciéndome cargo de su inocencia, le pregunté por qué pensaba que él y su pueblo tenían razón. A lo que me contestó: ‘tenemos razón porque estamos unidos en aquello en lo que los hombres deben estar unidos, y somos libres en aquello en lo que los hombres deben ser libres. Tenemos razón porque cuestionamos y destruimos leyes y costumbres, pero no dudamos de nuestro derecho a destruirlas. Pues vosotros vivís de costumbres, pero nosotros de creencias“.

Lo que Chesterton plantea en esta escena es una determinada característica de la autocomprensión tradicional europea. Chesterton era cristiano, defensor del derecho natural y anti-imperialista. Como cristiano y como defensor del derecho natural, pensaba de manera universalista, es decir, creía en la verdad de la Revelación cristiana y en la tradición del derecho natural, en su validez universal. Su anti-imperialismo fue una consecuencia de la convicción de que cada hombre es imagen de Dios, con un derecho a su patria y a su libertad, del mismo modo que cada pueblo tiene un derecho a la autodeterminación. Cuando Innocent Smith dice que “tenemos razón”, es precisamente esto lo que quiere señalar. Ninguna tradición o costumbre que se oponga a este derecho puede tener validez. Cualquier tradición que restrinja la libertad tiene que ser justificada. La idea fundamental de Chesterton es que los criterios que pueden tener validez en dicha justificación sólo han conseguido reconocimiento general en una cultura: la europea. Este es el motivo de que la historia europea esté caracterizada por una dinámica revolucionaria como en ninguna otra. En ningún otro lugar es el cambio cultural tan profundo, ni tan creativo el desarrollo del arte y de las ciencias como en Europa. De acuerdo con criterios de universalidad, en Europa ha sido cuestionada toda tradición como algo meramente particular. Nosotros no cuestionamos de nuestro derecho a cuestionar toda ley o costumbre. Tampoco la praxis imperialista puede contar con la aprobación de dichos criterios. La exportación de la civilización europea fue también, inevitablemente, la exportación de la idea de igualdad. Tarde o temprano, esta idea tenía que dirigirse contra el exportador, en la medida en que éste pretendía constituir su propia particularidad en centro del mundo. De este modo, el eurocentrismo acaba superándose a sí mismo.

Texto completo en el enlace http://dadun.unav.edu/handle/10171/876

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