Séptimo fragmento de la conferencia de Robert Spaemann titulada Sobre el ánimo para la educación. En alemán Über den Mut zur Erziehung publicada en el Frankfurter Algemeine Zeitung el 14 de abril de 1978. Incluido en libro de Robert Spaemann: Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar, editorial EIUNSA, capítulo 42.
Centrar la atención
La fuerza afirmativa fue desde siempre, al menos desde la Estoa, una de las metas de la educación europea. El medio más importante para ello es la capacidad de centrar la atención. Cito una vez más de la misma carta de Rosa Luxemburg: «Apenas uno observa bien» y «si uno sabe escuchar bien». Sonja Liebknecht le había escrito acerca de un manojo de bayas negras y otras de color entre rosa y violeta que había cogido en el parque de Steglitz. Rosa Luxemburg hace ahora en esta carta conjeturas sobre las bayas de que pueda tratarse: «En cuanto a las bayas negras puede tratarse o bien del saúco -sus bayas cuelgan en pesados y espesos racimos, entre grandes abanicos de hojas plúmeas-, seguro que lo conoce, o bien del aligustre: delgados, delicados y rectos racimos de bayas y estrechas y alargadas hojitas verdes. Esas bayas de color entre rosa y violeta ocultas entre hojitas pueden ser las del níspero enano. Son en realidad rojas, pero al final de la estación, ya un poco demasiado maduras, cuando empiezan a pudrirse, aparecen a menudo de un color violáceo rojizo. Las hojitas son parecidas a las del mirto, pequeñas, puntiagudas, verde oscuras al final, lisas en la cara superior y rugosas en el reverso».
He citado con tanto detalle dos fragmentos de esa carta para mostrar la estrecha relación que existe entre la capacidad de felicidad de una persona y el cultivo de la atención libre de fines. ¡Qué pobre es la vida de aquellos que de las especies naturales tan solo saben que se ha de luchar contra su extinción! Cuando el terrorismo político de nuestro país hace surgir de nuevo la pregunta acerca de la educación, eso no es porque la educación tenga la tarea o la posibilidad de extirpar de raíz de una vez por todas la enemistad hacia nuestro sistema político y la fe en la violencia revolucionaria. Los argumentos en favor de ese sistema son más fuertes de lo que a menudo se ha expuesto en los últimos años. Pero no podemos esperar convencer a todos de ello. En último término se trata ahí exactamente de un problema político, no de un problema pedagógico.
En el espacio de la política no se escapa al destino de tener enemigos. Lo que asusta del terrorismo de hoy en día no es el factum de la enemistad, es la consciente y decidida renuncia a aquellas formas elementales de la moral que prohíben usar la reserva permanente de la sustancia humana como medio para la lucha política diaria. La instrumentalización política de la palabra, que se ha hecho sencillamente indiferente a la distinción entre la verdad y la mentira, la instrumentalización tanto de la vida propia como de la ajena, la instrumentalización también del propio cuerpo, que debe ser tan solo arma, y que cuando ya no puede serlo, es por así decirlo basura, la explotación de la moral del Estado como medio para chantajearlo, todo esto extiende una desesperanzada tristeza sobre la existencia terrorista moderna y hace al tiempo de ella un estímulo para una revisión de nuestro acervo cultural. Las jóvenes estudiantes que, con motivo de una conferencia de Adorno sobre la Ifigenia de Goethe, descubriendo públicamente sus pechos querían escandalizarlo y exponerlo al ridículo tienen más que ver con el terror que unos cuantos jóvenes lanzando piedras. Es difícil imaginárselas como personas felices.
-continuará-
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