Noveno fragmento de la conferencia de Robert Spaemann titulada Sobre el ánimo para la educación. En alemán Über den Mut zur Erziehung publicada en el Frankfurter Algemeine Zeitung el 14 de abril de 1978. Incluido en libro de Robert Spaemann: Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar, editorial EIUNSA, capítulo 42.
Transmitir valores
Con todo, en nada nos ayuda ya una utopía rousseauniana de la abolición de la disociación del hombre. No Rousseau, sino Kant fue quien dio una primera respuesta realista al problema que se plantea con la existencia de la ciencia. Kant trató de determinar el estatus del pensamiento científico basado en modelos, dentro del contexto global de nuestra existencia, y ya no de nuevo con categorías de la ciencia. Esa mediación entre la praxis de la vida cotidiana, entre la conciencia «ingenua» de libertad, por un lado, y la autoobjetivación científica, por otro, es ese tipo de reflexión que se llama «filosofía». En la era de la ciencia ella es una condición de la subsistencia pública de conceptos como «libertad» y «dignidad humana». Cuando hoy, por ejemplo, precisamente en el Estado libre de Baviera la filosofía es eliminada de la formación de los profesores de enseñanza media y es sustituida por ciencias humanas empíricas, tras ello no hay ciertamente ninguna mala intención, pero sí una peligrosa falta de conciencia de la situación de nuestra civilización y de las condiciones de la educación.
La ciencia no representa sólo la objetivación de sus objetos en sucesiones pasivas de sucesos, representa al mismo tiempo la reducción de las propias convicciones a hipótesis. Las propias convicciones formadas en la experiencia se convierten en mera materia bruta que para adquirir sentido ha de ser procesada estadísticamente y traducida a teorías científicas. Sólo el material así procesado lo recibe luego el individuo con las correspondientes indicaciones para la acción. Así, en nuestra civilización la ciencia inhabilita a los «profanos» y los rebaja al estatus de una población colonial que proporciona materias primas y recibe productos terminados. Tal compulsión de entregar convicciones para recibir por ellas hipótesis hace por contra imposible la educación. Y es que la educación no puede ser hipotética. Sólo podemos transmitir aquello de cuyo valor estamos convencidos. Es más, al educar fundamos lo definitivo. Las teorías pedagógicas cambian igual que la moda. Para la ciencia no hay nada definitivo. La praxis vital es el medio en que reside lo definitivo. En esto radica la inconmensurabilidad de ciencia y vida.
El racionalismo crítico nos recomienda hoy en día entender como hipótesis también nuestras convicciones morales. La «conducta racional para la resolución de problemas» es la norma a la luz de la cual medimos nuestras convicciones. Pero también la tortura puede ser una conducta racional para la resolución de problemas, y como tal se ha acreditado en algunos Estados sudamericanos. Si pese a todo no la queremos, eso será debido a una convicción que no estamos dispuestos a relativizar haciendo de ella una hipótesis. Las escalas de valores y las convicciones se sostienen y caen con pretensiones de verdad y universalidad. Quien transmite tradiciones escépticamente, solo porque son tradiciones, en rigor somete a los jóvenes a la mera heterodeterminación. Por eso el movimiento emancipatorio es el inevitable resultado del escepticismo. Los jóvenes rechazan la exigencia de que deban hacer o dejar de hacer algo sólo porque es lo que a nosotros nos gusta. No; o podemos hacer que entiendan que nuestras exigencias son razonables, o hacerles sentir que proceden de una real convicción nuestra, o tendrán toda la razón en rechazarlas a limine*. Los niños quieren saber cuándo los padres hablan en serio.
*a limine: desde el comienzo (definición de la RAE)
-continuará-
No hay comentarios:
Publicar un comentario