miércoles, 11 de septiembre de 2024

La esperanza como soporte

Sexto fragmento de la conferencia de Robert Spaemann titulada Sobre el ánimo para la educación. En alemán Über den Mut zur Erziehung publicada en el Frankfurter Algemeine Zeitung el 14 de abril de 1978. Incluido en libro de Robert Spaemann: Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar, editorial EIUNSA, capítulo 42.

A pesar de los pesares

El educador ha de conocer sus límites para poder obrar dentro de ellos con decisión. Ha de saber que todo lo que puede transmitir a los jóvenes es recuerdo, pasado. Transmite experiencia acumulada, el recuerdo de la humanidad, el recuerdo del pueblo, para hacer de ello parte integrante de la experiencia personal del niño. A los recuerdos posteriores de la persona pueden pertenecer también las ideas del educador acerca del futuro y sus esfuerzos por dar forma al mismo; es más, han de pertenecer si es que hay un trato vivo entre las generaciones. Sólo que los del destinatarios de la actividad directa de los adultos en dirección al futuro, si se es honesto, sólo pueden ser a su vez sus conciudadanos adultos. Cualquier otra cosa sería abusar de la educación.

La primera responsabilidad que tiene el educador es la responsabilidad por los recuerdos de la infancia, de los cuales una persona vivirá a lo largo de toda su vida, responsabilidad por lo que, en palabras de Ernst Bloch, «a todos nos brilla en la infancia y donde todavía nadie ha estado: la patria» (1). Este brillar en la infancia, este resplandor de un mundo íntegro es una de las ayudas más importantes para resistir la desdicha. La difamación de la experiencia de un mundo íntegro forma desde hace tiempo parte de los lugares comunes antieducativos. De hecho, sin embargo, mediante ella se pone en la infancia la base de la capacidad para mantener la fuerza de la conformidad con la vida también en las frustraciones. Ninguna crítica que no proceda de un acuerdo fundamental con la realidad como ése posee sustancia y fuerza constructiva.

Como ejemplo de tal relación afirmativa consigo mismo y con el mundo, un resultado que el educador habría de tener en mente, quisiera leer un fragmento de una carta de una célebre prisionera:
«Yazgo aquí en silencio, sola, envuelta en estas múltiples capas negras de oscuridad, tedio y falta de libertad del invierno. Y al tiempo una alegría interior inexplicable, desconocida, hace latir mi corazón como si caminara por una florida pradera bajo la radiante luz del sol. Y sonrío en la oscuridad de la vida, como si conociera algún mágico secreto que desmintiera todo lo malo y triste convirtiéndolo en pura luminosidad y felicidad. Y busco a la vez una razón de esa alegría, no encuentro nada y de nuevo he de reírme de mí misma. La profunda oscuridad de la noche, apenas uno observa bien, es tan bella y suave como el terciopelo. Y en el crujir de la arena húmeda bajo los lentos y pesados pasos del centinela, si uno sabe escuchar bien, suena también una pequeña y bella canción de la vida. En tales instantes pienso en usted y quisiera hacerla partícipe de esta clave mágica para que siempre y en toda situación percibiera lo bello y alegre de la vida» (2).

La carta procede de Rosa Luxemburg y va dirigida a Sonja Liebknecht, fue escrita en diciembre de 1914 en la cárcel de mujeres de Breslau, en la que Rosa Luxemburg llevaba ya tres años. Karl Kraus opinaba que debía hacerse llegar esta carta en los libros escolares a las generaciones que están creciendo para infundir en la juventud respeto ante la sublimidad de la naturaleza humana. ¡Qué mal encaja esta carta en nuestros libros de texto emancipatorios! Está claro que para Rosa Luxemburg el futuro no es opio del hombre para ayudarle a sobrellevar un presente sin sentido o para hacer posible uno con sentido. Su lucha política por el futuro procede de una fuerza afirmativa que continúa aun cuando esté condenada a la impotencia. Con ello no queda decidido nada sobre lo acertado o erróneo de esa lucha.

(1) Ernst Bloch: Das Prinzip Hoffnung, en Obras completas, Frankfurt am Main, 1959, volumen V, p. 1628
(2) Rosa Luxemburg: Briefe aus dem Gefängnis, Stuttgart, 1953, p. 54 y sig.

-continuará-

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