Fragmento de un texto de Robert Spaemann titulado El sentido del sufrimiento. Distintas actitudes ante el dolor humano (Über den Sinn des Leidens) que forma parte del libro Einsprüche, christliche Reden publicado por Einsiedeln en 1977
La ilimitada totalidad de
sentido
La cuestión sobre el
sentido del sufrimiento es específicamente bíblica. Presupone la fe en una
ilimitada totalidad de sentido, la fe en que el universo en su conjunto
descansa dentro de un contexto de sentido. Sólo desde ahí tiene sentido
preguntar sobre el sentido del sufrimiento. Tal pregunta se plantea ante todo
allí donde se cree en un Dios omnipotente y bueno, es decir, allí donde, por
tanto, es posible preguntar: «¿cómo se armoniza ese hecho con la existencia de
sufrimiento en el mundo?».
En Homero no se plantea la
pregunta sobre el sentido del sufrimiento. Los héroes homéricos viven todos
dentro de una cierta tristeza. Saben que estarán sobre la tierra sólo un corto
tiempo, y que luego deben bajar al Hades, donde les aguarda un oscuro destino.
A ninguno de ellos se le ocurre preguntar qué sentido tiene todo aquello. Es la
«necesidad», contra la cual tampoco los dioses pueden nada.
Sólo donde se acepta y se
cree en un sentido universal, como sucede en la religión bíblica, llega a ser
planteada como tal la pregunta sobre el sufrimiento. Aparece como pregunta
sobre la justificación de Dios (es decir, como justificación del obrar de
Dios), pero no entendida en el sentido de que si Dios quisiera podría evitar
cualquier sufrimiento (es decir, no poniendo en Dios la causa del sufrimiento).
Hay muchos que piensan que Dios podría haber hecho también una tierra de jauja
(Schlaraffenland). Pero la pregunta entonces es si ése sería un mundo más
deseable. Podemos fácilmente explicarnos que el obrar humano supone una
naturaleza independiente del hombre. Para poder obrar debemos contar con una
tal fiable naturaleza.
Además (la pregunta sobre
el sentido del sufrimiento) presupone el hecho real de que vivimos en un mundo
que nos es común, en el que seguimos los más divergentes fines; y que existe un
mundo externo al hombre que es indiferente respecto a los gustos de cada cual y
que, por eso, le opone resistencia.
La idea de una tierra de
Jauja carece de sentido. No carece, sin embargo, de él la idea de una
naturaleza que armonice por completo con los fines de la praxis humana.
Pero de hecho tenemos que
tratar con otra naturaleza distinta, emancipada de la praxis humana. Aunque hay
en ella, ciertamente, una razonable coordinación, integración, utilidad y
belleza, todas esas cosas son sólo como ciertos vestigios de sentido dentro de
un conjunto que no es verdadera totalidad, sino un mar de indiferencia formado
por partículas que sólo giran alrededor de su propia reproducción. Un símbolo
de es desintegración, es decir, de esa falta de sentido, es la tumoración
cancerosa, la emancipación de las células. La desintegración, la falta de
sentido, es experimentada como sufrimiento.
El Nuevo Testamento, en la
Pasión de Cristo, nos sitúa de manera extrema ante la dolorosa experiencia de
la falta de sentido: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» También esto, en
efecto, es un rol dentro de un drama. Jesús reza un versículo de un salmo, y representa
el papel del siervo sufriente de Dios del Antiguo Testamento. Pero el papel
debe ser representado comprometiendo la entera existencia, y eso significa que
quien lo representa debe perder de vista el conjunto del guión. El sentido del
papel es la experiencia de la falta de sentido. No cabe ver en esa historia de
la Pasión ningún vestigio del heroísmo estoico. La Pasión de Jesús está
descrita expresamente como algo que se hace contra su voluntad. A ella
pertenece el ruego que dice: «haz que este cáliz pase de mí».
Si nos preguntamos por el
sentido cristiano del sufrimiento, debemos considerar cómo es interpretada la
Pasión de Jesús en el Nuevo Testamento. Hay en él dos pasajes centrales que
ofrecen esa interpretación, uno del apóstol Pablo, quien afirma que Jesús se
hizo «obediente hasta la muerte», y otro de la Epistola a los Hebreos, en el
que de manera aún más fuerte se dice que «aprendió a obedecer a través del
sufrimiento».
¿Qué significa esto? En
esos pasajes se presupone claramente que los hombres en su conjunto viven en un
estado que no es el normal. El sufrimiento se manifiesta como el reverso pasivo
del mal, que ha sido causado por la desobediencia. Pero también como el único
medio para suprimir el mal, precisamente a través de una experiencia adecuada a
él. El mal atrae el sufrimiento, y con ello su propio juicio. Lo finito, que se
pavonea de ser el centro de todo -y eso se llama desobediencia-, nada puede
hacer para llegar a ser verdaderamente Dios. Su pretensión ilusoria se quiebra
y su verdad pasa a ser el sufrimiento. Pero en la verdad no puede existir el
mal. El mal es esencialmente mentira.
La autoafirmación propia
del mal consiste sobre todo en separar mi propio mundo de experiencia del de
los demás, de manera que el sufrimiento esté en los otros y en mí las ventajas.
Esa situación de asimetría, de alienación, sólo puede ser cambiada si la
curvatio in seipsum, la curvatura propia del mal sobre uno mismo, se rompe; es
decir, si dicha situación es contemplada desde un punto de vista exterior y, de
esa manera, puede ser experimentado su absurdo como sufrimiento. Sólo así torna
el mal a la obediencia.
Texto completo: www.aciprensa.com/recursos/el-sentido-del-sufrimiento-406/
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