lunes, 4 de abril de 2016

Respuesta materialista al sufrimiento

Fragmento de un texto de Robert Spaemann titulado El sentido del sufrimiento. Distintas actitudes ante el dolor humano (Über den Sinn des Leidens) que forma parte del libro Einsprüche, christliche Reden publicado por Einsiedeln en 1977

Materialismo: la apuesta por la praxis

Hay dos maneras de dificultar una respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento. Una de ellas es el naturalismo o materialismo, cuya postura se fundamenta en que el sentido está ligado al obrar del hombre, fuera del cual no existe ningún sentido. El sentido termina allí donde la praxis llega a su término, allí donde tropieza con la invencible naturaleza. El sufrimiento no es un sin-sentido, pues la naturaleza -que no es ni buena ni mala- no guarda absolutamente ninguna relación con el sentido, sino que es el reino de la necesidad. Lo necesario es aquello que no se puede cambiar. Ante ello es absurdo (sin-sentido) preguntar por un sentido.

Algo semejante ocurre con la pregunta sobre Dios. Existe una tendencia en la teología contemporánea a unir el discurso sobre Dios exclusivamente con la praxis. Esa teología no tiene en el fondo nada que decir a quien no tiene capacidad de obrar, a quien sólo padece y cuyo obrar podría consistir, en todo caso, en transformar ese sufrimiento en una relación con Dios, es decir, en oración. Detrás de lo que decimos está la máxima de evitar incondicionalmente el sufrimiento.

También la reflexión sobre la muerte podría convertirse en algo del mismo tipo, pues la muerte ya no es sufrimiento. En este caso, la eutanasia sería lo más adecuado, aunque no fuese desde luego una solución satisfactoria, ya que con ella no se suprime el miedo del hombre ante la muerte. (Para quien es consciente de que en cualquier momento se le puede poner una inyección letal, la muerte repercute en la vida que todavía se posee: pensar en ella provoca un sentimiento de infelicidad.)

Desarrollar la praxis por ese camino dependería, en una concepción materialista, de que la muerte perdiera su aguijón. El hombre, por tanto, debe ser enseñado a comprenderse como un género, no como una persona. Así el mundo llegará de nuevo a ser una patria. Y al final de una vida plena, morirá el hombre «colmado de años», como dice el Antiguo Testamento. El hombre ya no tiene nada que objetar a esa muerte. Se trata de un intento de devolver en cierto modo al hombre a la naturaleza: de reducir, por una parte, sus pretensiones, y de elevar, por otro, su praxis, sus esfuerzos, hacia la humanización del mundo. Cuando tal praxis alcanza su límite, indudablemente sólo le queda al hombre la resignación. El hombre debe renunciar a esperanzas excesivas y buscar el sentido sólo allí donde se encuentra: en el obrar solidario.

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