Fragmento de un texto de Robert Spaemann titulado El sentido del sufrimiento. Distintas actitudes ante el dolor humano (Über den Sinn des Leidens) que forma parte del libro Einsprüche, christliche Reden publicado por Einsiedeln en 1977
La segunda cuestión, que es
central para una interpretación cristiana del sufrimiento, se refiere al
sufrimiento vicario, es decir, al sufrimiento de quien en sí mismo no es
culpable, sino que padece por otros. Es difícil, para nosotros, pensar la
noción de vicariedad en el sufrimiento. Me parece, sin embargo, que es
importante, cuando nos preguntamos por la vida del espíritu, no valorar las
experiencias de las que se habla en la tradición simplemente según lo que
nosotros podamos comprender de ellas en cada momento. Ciertas experiencias
deben ser antes vividas, y entonces podremos tratar de comprenderlas. Esto que
decimos vale, de manera particular, para la noción de sufrimiento vicario, que
es insustituible para la tradición cristiana.
Para acercarnos a él,
imaginemos una familia o un grupo íntimo de personas que sufre un alteración:
los unos se enfrentan a los otros agresivamente. Para cada uno sólo los otros
son los malos; todo iría bien si los otros fuesen de otra manera. Supongamos
ahora que entre ellos existiese uno sano, es decir, uno que no tomase parte en esa
situación. Él sólo sufre por ellos. Y supongamos que carga sobre sí mismo las
agresiones de los demás, de modo particular las que recibe él mismo. Se
convierte en la oveja negra, pero no por ser malo, sino, precisamente porque no
lo es. Su sufrimiento es un reproche para los otros. Y entonces ocurre algo
espantoso: es herido y muerto. Podemos imaginar que esa muerte produjera una
catarsis; que los otros descubrieran que él había padecido porque ellos habían
combatido entre sí. Él había asumido íntimamente aquella situación como
sufrimiento. Su padecimiento era sustitutorio, porque realmente eran ellos los
que debían haber sufrido Nadie cambia mientras que no se padece bajo el mal,
pero en este caso el mal se ha padecido. Y así, se produce una transformación
de la entera situación. Ahora todos sufren; ante todo por aquella pasión y
muerte, pero también porque tal cosa haya sido posible.
Freud |
Cuando se dice que Jesús
aprendió a obedecer, no quiere decirse que antes no hubiera vivido bajo el
signo de la obediencia. Pero también se destruye ese sentido de su vida en
cuanto se entiende como sentido de su vida finita. La rebelión de lo finito
como suceso cósmico es vencida allí donde se experimenta adecuadamente como
sufrimiento. Eso sucede en el sufrimiento del Hijo de Dios. La hora del Gólgota
es la hora de la verdad. Cuando el mismo Dios, bajo figura finita, muere,
«destruye la enemistad en su propia persona» (Ef. 2,16). Y de ese modo tiene
lugar lo que en el Nuevo Testamento se designa como resurrección. Esa es,
ciertamente, la última respuesta del cristianismo a la pregunta sobre el
sentido del sufrimiento. Sobre ella se debe hablar, porque sin la supresión del
sufrimiento no tiene éste ningún sentido. «Sentido del sufrimiento» sólo puede
significar la integración del sufrimiento en un contexto absoluto, donde al
final ya no sea sufrimiento. Es como en el caso del hambre, que sólo tiene
pleno sentido en cuanto que impulsa a comer y se ha comido. Del mismo modo, la
historia de Job tiene como final natural que se le devuelva todo; si esa
historia no hubiese acabado así, todo el discurso no hubiese sido sino puras
palabras.
Cuando Ivan Karamazov
afirma que devolvería su entrada para el cielo si el camino pasase a través del
sufrimiento de un niño inocente martirizado, sólo cabe una respuesta que dice
relación al reconocimiento del poder de Dios, y que comienza con una
«contrapregunta»: «¿a quién le interesa que devuelvas tu entrada?, ¿salvas así
al niño de su suplicio? ¡No! Entonces, ¿en qué consiste tu gran gesto?». La
entrada que Ivan quiere devolver es la que permite entrar en aquel lugar en el
que los sufrimientos de los niños inocentes martirizados son suprimidos, el
lugar en que todos los sufrimientos son transformados en alegría. Se podría
decir que eso no existe, que es una ilusión. No quiero discutir sobre ello.
Pero, ¿qué sentido tiene decir «no quiero la alegría que procede del
sufrimiento, la alegría en la que ese sufrimiento desaparece»?
Hegel |
De eso se habla en el Nuevo
Testamento cuando Jesús llama bienaventurados a los tristes, «porque serán
consolados». Es posible, como se ha hecho, llamar absurda a esa esperanza, pero
sin ella la respuesta al sufrimiento no es una respuesta cristiana. Y debe quedar
muy claro que, fuera de esa perspectiva, de ningún modo se puede hablar del
sentido del sufrimiento. El sufrimiento sólo puede tener sentido si es
relativo, y sólo es relativo si todos los sufrimientos pueden ser suprimidos.
No es suficiente que algún hombre pudiera quizá ser feliz alguna vez, pero que
los hombres del pasado fueran infelices. El sufrimiento sólo es suprimido
cuando el sufrimiento de cualquier hombre se transforme en alegría. De eso se
habla en el Apocalipsis, al final del Nuevo Testamento: «¡Mira, ésta es la
morada de Dios con los hombres! Él habitará con ellos y ellos serán su pueblo,
y el Dios con ellos será su Dios. Enjugará toda lágrima de sus ojos y ya no
habrá muerte, ni llanto, ni gritos, ni fatigas, porque lo anterior ha pasado (...)
Mira, hago nuevas todas las cosas.»
Texto completo: www.aciprensa.com/recursos/el-sentido-del-sufrimiento-406/
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