Fragmento de un texto de Robert Spaemann titulado El sentido del sufrimiento. Distintas actitudes ante el dolor humano (Über den Sinn des Leidens) que forma parte del libro Einsprüche, christliche Reden publicado por Einsiedeln en 1977
Si alguien, de
quien se pudiera suponer que sufre menos que otros, hablase sobre el
sufrimiento, se le podría objetar: «para ti es fácil hablar; deberías antes
pasar por una situación de verdadero sufrimiento: se te acabaría entonces el
discurso». Pero ésta no es tampoco una réplica razonable, pues si yo sufriera
de manera extrema por un instante, me encontraría entonces, de hecho, en una
situación en la que nada podría decir sobre el sentido del sufrimiento.

Si yo estuviese
hablando de un dolor físico que en este momento no tengo, o que quizá no he
tenido nunca, entonces hablaría como un ciego habla del color. Pero el
sufrimiento es algo distinto del dolor físico. El temor ante el dolor físico
es, con frecuencia, peor que el propio dolor. Y siendo esto así, el miedo ante
el sufrimiento es con frecuencia miedo del miedo. El temor ante la muerte no es
en realidad miedo a estar muerto, sino miedo ante la situación en la que «mi
corazón se llenará del máximo temor».
Sufrir es un
fenómeno complejo. El dolor físico, el malestar, la sensación de desagrado, no
son desde el principio idénticos al sufrimiento. Hay un grado moderado de dolor
físico que de ningún modo podemos denominar sufrimiento, pues tiene, en la
coherencia total de la vida, un sentido claramente conocido, una función
biológica, y lo aceptamos sin objeción. El hambre, por ejemplo, tiene el
sentido de mover a un ser vivo a que se preocupe por la comida. Una sensación
aguda de hambre no supone ningún sufrimiento para el que sabe que, dentro de
cinco minutos, se sentará ante una mesa bien provista. Sin embargo, la misma
hambre es un sufrimiento para otra persona que sabe que, en un tiempo
razonable, no va a tener nada que comer. Al hambre se le junta el miedo de un
hambre mayor. El hambre pierde su sentido funcional allí donde ella es el mejor
cocinero (es decir, cuando es muy grande): se convierte entonces en
sufrimiento.
A partir de un
cierto grado de intensidad, el dolor corporal como tal es ya sufrimiento, es
decir, cuando devora todas las perspectivas positivas o negativas de futuro. Si
ese dolor se va, se va de una manera notablemente perfecta. Los dolores ya desaparecidos gustan en cuanto tales, nada se tiene ya contra ellos; sólo queda
la alegría de que han pasado. El mal (moral) pasado, por el contrario, sigue
siendo mal, y es objeto de pesar.
Decía más arriba
que el mecanismo del dolor tiene ante todo un sentido biológico: precisamente
el de estimular una actividad. Si consideramos el dolor en un puro plano
fisiológico, como mecanismo fisiológico, y no dentro de la vida orgánica, es
claro que sólo dura y actúa durante el tiempo y con la intensidad que exige su
función biológica. Si sólo cupiera considerarlo de ese modo, un enfermo
incurable no debería sentir ya ningún dolor, porque el dolor no desempeñaría en
él, en la práctica, ninguna función. Sin embargo, el dolor continúa actuando,
despliega una vida propia, llega a ser un cuerpo extraño en el ser. En lugar de
estimularnos a una actividad, nos condena a la pasividad. En este sentido
hablamos aquí del sufrimiento.
Allí donde no se acierta a integrar una determinada
situación dentro de un contexto de sentido, allí comienza el sufrimiento. El
término alemán «sufrimiento» tiene, de manera análoga a sus términos
correspondientes en otras lenguas, un doble sentido. Significa tristeza
(infelicidad, desagrado, ...), y también sencillamente pasividad (en el sentido
de passibilitas), o, por decirlo a la moda, frustración. La pregunta acerca del
sentido del sufrimiento es, ante todo, una pregunta paradójica. Ella misma es
expresión de sufrimiento, de ausencia indudable del sentido del actuar. Y se
atraviesa en el camino de su propia respuesta (la obstaculiza). Apenas es
posible darle una respuesta teorética, pues tal pregunta quedaría resuelta si
desapareciera, pero no desaparece porque se resuelva. Los amigos de Job, con
sus respuestas teoréticas, sólo consiguen irritarle. Dios no responde a sus
preguntas, sino que le hace callar.
Texto completo: www.aciprensa.com/recursos/el-sentido-del-sufrimiento-406/
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