Fragmento de un texto de Robert Spaemann titulado El sentido del sufrimiento. Distintas actitudes ante el dolor humano (Über den Sinn des Leidens) que forma parte del libro Einsprüche, christliche Reden publicado por Einsiedeln en 1977
Quedan aún dos cuestiones,
por tratar. La primera, ¿qué sucede con el dolor al que no le podemos encontrar
un sentido?, ¿qué sucede con el dolor de los animales, con el dolor de los
niños pequeños? Nos situamos aquí ante una oscuridad que no podemos penetrar.
No sabemos qué es el dolor para un ser que no entiende el sentido (incapaz de
preguntarse por el sentido), un ser que tampoco experimenta el sin sentido
porque se mueve en una perspectiva no trascendente. Para un ser así sólo es
puntualmente real el dolor actual. Qué sea el dolor para él no es comprensible
para nosotros ni positiva ni negativamente. Sabemos que experimenta el dolor.
Lo vemos. Pero no podríamos decir que sufre, porque el sufrimiento es un
fenómeno complejo al que le pertenece la experiencia de la falta de sentido, la
cual sólo tienen los seres capaces de entender el sentido.
A esto se añade que el
dolor no es algo acumulativo a muchos individuos. El dolor es siempre «mi
dolor», y el dolor de miles de hombres no es ni peor ni mejor que el dolor de
uno sólo, no es sino el dolor de miles de individuos singulares. El dolor de un
solo hombre plantea el mismo problema que el dolor de miles de hombres.
Auschwitz no plantea ningún problema de Teodicea que no estuviera ya planteado
desde Caín y Abel. Todo esto no son sino prólogos a los que no sigue ningún
epílogo, porque estamos ante una situación que no sabemos interpretar. La
Sagrada Escritura nos dice que el sufrimiento de la criatura tiene su último
fundamento en la desobediencia del «príncipe de este mundo», y que será también
objeto de una redención.
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