La utopía moderna sustituye la esperanza en la vida divina inmortal por la perspectiva de unas mejores condiciones de vida terrena que se extienden hasta las generaciones venideras. Para eso es preciso transformar la sociedad en una organización racionalizada que ha de producir esas mejoras. La vida presente ya no posee un sentido de eternidad en sí misma, aunque se viva de forma buena y correcta. La cultura ya no existe propiamente; más bien consiste en el resultado futuro del trabajo presente. Tampoco hay nada realmente que celebrar. En el lugar de la fiesta se introduce el ocio. En todo caso, la utopía no puede hacer visible de qué manera pueden mejorar las condiciones de vida en el futuro ni cómo puede conjurarse su carácter anodino y banal.
Entre tanto, la utopía ha muerto. Más muerta de lo que estaba ya Dios. Se ha demostrado que la organización de la sociedad al servicio de la utopía, más que favorecer dificulta las mejoras materiales. Pero, ¿qué queda si el sucedáneo de la religión se demuestra ilusorio? Naturalmente, esta cuestión insinúa la vuelta desde el sucedáneo hasta el original. Ahora bien, volver a Dios nunca sucede de manera automática. Esta es siempre la consecuencia de un ponerse en marcha cada hombre. Para ese viaje siempre hay una alternativa. ¿Cómo se ve hoy esa alternativa? En lugar de la utopía como sucedáneo de la religión, hoy irrumpe una antiutopía radical que rechaza el pensamiento de la trascendencia del hombre. Un prestigioso filósofo americano del momento, Richard Rorty, ha descrito recientemente esa antiutopía. Se trata del retrato robot de una sociedad liberal en la que han desaparecido las pretensiones de carácter absoluto, tanto en el terreno cognitivo como en el ético y religioso, y en la que «nada se considera más real que el placer y el dolor». En los asuntos humanos toda gravedad es ilusoria. Ya nada hemos de tomarnos en serio. La ironía es el logro más relevante de la cultura. Por lo demás, lo que queremos es sentirnos bien, eso es todo. En lugar del nihilismo heroico, irrumpe lo que quisiera denominar aquí «nihilismo banal».
Nietzsche ya había caracterizado anticipadamente y con clarividencia ese nihilismo banal hace cien años. Él hablaba, a este respecto, del último hombre. (1) «¿Qué es el amor? ¿Qué es la creación? ¿Qué es el destino? ¿Qué es el anhelo? ¿Qué son las estrellas? -pregunta el último hombre guiñando el ojo. La tierra se ha empequeñecido, y sobre ella retoza el último hombre, que todo lo empequeñece... Hemos encontrado la felicidad -dicen los últimos hombres guiñándose el ojo. Han abandonado la tierra inhóspita para habitar en lugares amenos. Aún se aprecia al vecino y se mezcla uno con él, pues es necesario el calor de la acogida... Un poco de veneno de vez en cuando: esto produce sueños agradables. Y mucho veneno al final, para lograr una muerte agradable. Aún se trabaja porque el trabajo entretiene. Pero se procura que el entretenimiento no dañe. Ya no habrá más pobres ni ricos: ambas cosas son igualmente molestas. ¿Quién querrá gobernar aún? ¿Quién querrá aún obedecer? Mandar y obedecer es oneroso. Ningún pastor y ningún rebaño. Todos quieren lo mismo. Cada uno es igual al otro. Quien piensa de otra manera termina yendo voluntariamente al manicomio... Hay un pequeño placer para el día y otro para la noche, pero lo importante es la salud. ”Hemos encontrado la felicidad”, dicen los últimos hombres guiñándose el ojo».
La filosofía del último hombre es el nihilismo, para él todo es vano, de tal manera, que nunca aspira a los más altos valores, ya que estos no existen y sólo vive en un mundo de apariencias, sin convicción alguna, que tenga que defender. (http://cultural.argenpress.info/2012/07/concepto-del-ultimo-hombre-en-nietzsche.html)
Texto completo en español: http://www.dfists.ua.es/~gil/seleccion-de-articulos.pdf (artículo 5, páginas 43 a 51)