martes, 9 de agosto de 2016

Ética frente al individualismo

Fragmento de la entrevista de Burkhard Haneke a Robert Spaemann publicada en la revista Politische Studien, número 372, Juli/August 2000, páginas 9-22 con el título POLITISCHE STUDIEN-Zeitgespräch mit dem Philosophen Robert Spaemann zu Fragen im Umfeld von Politik, Ethik und Christentum. Traducida en interrogantes.net con el título Robert Spaemann, “Política, ética y cristianismo”. Traducción del alemán: José María Barrio Maestre.

Tanto en la economía como en la sociedad, hoy se observa cada vez más una fuerte tendencia al individualismo. A menudo se escucha el lamento de que domina el pensamiento consumista, o las actitudes egoístas, y de ahí que encuentren un reconocimiento público muy escaso las posturas orientadas al bien común, a la solidaridad y a la ayuda al prójimo. Por otro lado, hoy como ayer se postula una actitud común que haga compatible la búsqueda de los intereses individuales con el mayor beneficio para todos. ¿Necesitamos más egoísmo bien entendido, o necesitamos una renovación de ideales altruistas acaso en el sentido del comunitarismo americano, o de aquellos movimientos que se produjeron entre nosotros en Alemania, y que responden a una nueva cultura social y cívica?

La expresión “ideales altruístas” no es quizá tan feliz. En primer lugar, el altruismo no posee un sentido pleno, como el egoísmo. ¿Por qué el otro ha de ser para mí de antemano más importante que yo para mí mismo? La razón nos enseña, respecto a esto, que el otro es precisamente tan importante como yo mismo. Por lo demás, así también se expresa en el Evangelio. Ama a tu prójimo, no más que a ti mismo, sino como a ti mismo. Esto quiere decir que el otro es realmente tan importante como yo. Pero también yo soy tan importante como él. Y para expresar esto en la realidad de la conducta humana disponemos del término “justicia”.

Pero naturalmente cada uno es en primer lugar para sí mismo el prójimo, el más próximo, conjuntamente con las pocas personas que en concreto le están cercanas. La economía de mercado se basa en eso, en que cada uno trata de maximizar su propia ventaja. El bienestar de los Estados industriales modernos descansa, por así decirlo, en la irrupción del propio interés. Sin embargo, resulta también meridianamente claro que el interés personal deviene contraproducente si se transforma en el único principio social dominante. Si se basa en ese principio –“¿qué obtengo yo de esto?”– entonces periclita* la relación entre padres e hijos, o de hijos con padres, o la relación de maestros y alumnos, o con los socialmente más débiles, o incluso la relación entre amigos, colegas y vecinos.

Así viviríamos en un mundo en el que no merecería la pena vivir. El mercado es un sector importante de la vida, el sector del intercambio de bienes. Pero existen otras relaciones de índole distinta, y hay realidades que no encajan en el principio mercantil. Configurar todas las relaciones desde el punto de vista económico significa renunciar a lo mejor. Por lo demás, el economista Schumpeter ha observado que la forma de producción capitalista vive ella misma de la disposición de los individuos a no entender su trabajo y sus obligaciones exclusivamente bajo el prisma de obtener la mayor ventaja aprovechando el menor riesgo. Si todos nos guiáramos por ese principio –maximizar la ventaja y minimizar el propio riesgo- entonces la forma de producción capitalista y la sociedad de mercado se rompería, y no funcionaría absolutamente nada.

El problema de la globalización reside a mi juicio en que las formas de configurar la vida política conocidas hasta ahora, y que hacen posible algo parecido a la solidaridad, pierden relevancia frente al mercado universal. Este no puede ser un destinatario del comportamiento ordinario porque en definitiva es invisible. Por ello se hace necesario exigir el refuerzo de las instituciones políticas particulares, porque de lo contrario la globalización destruiría algo así como una “vida buena”, y a la larga sólo conduciría a una lucha de todos contra todos.

¿Cómo o dónde ve usted posibilidades de motivar a las personas en orden a una nueva cultura social y cívica? ¿No habría que apelar aquí de nuevo a algo semejante a un egoísmo bien entendido, al interés personal, para aclarar que vale la pena comprometerse de alguna forma, aunque quizás no se consiguiera entrever un beneficio inmediato?

No debería plantearse tal contraposición: aquí esto, de lo que yo obtengo algo, y allá aquello, que yo hago por otro. Naturalmente que yo siempre obtengo también algo de lo que hago por el otro. En este punto es importante la claridad. Piense usted, por ejemplo, en los seguros de enfermedad, las grandes aseguradoras. Tratan de inducir un comportamiento en el que por un lado se intente ganar al máximo y por otro abonar lo mínimo. Cada uno desea en el fondo obtener más de lo que ha invertido.

En este caso no puede funcionar el principio del seguro, puesto que se basa precisamente en que a uno que se halla en una especial situación de necesidad se le debe ayudar también de una manera especial. ¿Cómo se puede resolver esto? Pienso que la única manera es fomentar una cultura de lo abarcable, de lo modesto. Si por ejemplo los seguros se articularan de una forma más austera, si en una industria o una empresa quedara claro que un tratamiento médico que alguien pretenda en un momento dado deberá ser pagado por colegas a los que conoce, entonces ciertamente seguirá reclamando dicho tratamiento cuando lo necesite, pero ya no obrará con ligereza. Si las personas con las cuales yo debo ser solidario no son visibles para mí, es decir, si constituyen una masa anónima, en ese caso el comportamiento solidario no funcionará.


De acuerdo con esto, se trataría, según lo anterior, de fortalecer compañías pequeñas, pero primeramente habría que ensayar que resurja el sentido cívico. La falta de claridad, lo abstracto, destruye la conducta solidaria.


*Periclitar: Perder una cosa fuerza o intensidad

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