viernes, 12 de agosto de 2016

Relativismo y multiculturalidad

Fragmento de la entrevista de Burkhard Haneke a Robert Spaemann publicada en la revista Politische Studien, número 372, Juli/August 2000, páginas 9-22 con el título POLITISCHE STUDIEN-Zeitgespräch mit dem Philosophen Robert Spaemann zu Fragen im Umfeld von Politik, Ethik und Christentum. Traducida en interrogantes.net con el título Robert Spaemann, “Política, ética y cristianismo”. Traducción del alemán: José María Barrio Maestre.

Profesor Spaemann, usted hizo unas manifestaciones muy significativas hace pocos años sobre el tema “Convicciones en una civilización hipotética”. En nuestra sociedad constituye casi un sacrilegio contra el sentido común algo así como tener convicciones firmes. Se piensa que la “falta de claridad”, la “complejidad”, la “multiplicidad de intereses” y las “plurales representaciones axiológicas” en el encuentro intercultural no hacen ya posible mantener la validez objetiva de los propios puntos de vista o juicios de valor. ¿Cabe considerar que hoy todo es hipotético, y no sólo en virtud de nuestro propio relativismo, sino también a causa de las pretensiones de otras culturas, y de sus correspondientes religiones?

Como usted sabe, en la ONU ha habido grandes debates sobre la cuestión de los derechos humanos. En ellos se intentó enfrentar los derechos humanos con los derechos de los pueblos afirmando: Los derechos humanos constituyen un asunto europeo, tienen determinados presupuestos culturales, mientras que también hay otras tradiciones culturales. Yo diría que ciertamente hay derechos de los pueblos y derechos de las culturas. Ahora bien, sin los derechos humanos los derechos de los pueblos son a lo sumo un pretexto de las facciones dominantes que desprecian a sus propios pueblos. Esto significa que los grupos dominantes en los respectivos países sólo pueden pretender representar a sus pueblos si se da la posibilidad de que el pueblo se articule, y esto sólo ocurre cuando se respetan en él los derechos humanos fundamentales.



No hay razón para pensar que el modelo euroamericano sea el único; no tiene por qué haber democracias parlamentarias en todas partes. Pero fijémonos en la prohibición de la tortura. Hay quienes frívolamente cuestionan la prohibición de la tortura diciendo que pretender imponerla en todo el mundo contradice tradiciones culturales no occidentales. En ese caso yo propondría preguntar alguna vez a los propios torturados si consideran que esto es algo relativo a la cultura, o si no se sentirían más bien agradecidos si se acudiera en su ayuda con métodos occidentales. Por otro lado, hay múltiples estilos de vida, y asimismo una gran pluralidad de preferencias de valor cultural. Con relación a esto no deberíamos considerarnos misioneros.


En todo caso quisiera añadir aquí que como europeos tenemos nuestro estilo de vida y nuestras preferencias de valor que debemos defender y cuidar. La palabra “multiculturalidad” posee un doble significado: puede apuntar a la riqueza del mundo que radica en que en él se dan muchas culturas. Pero para el mantenimiento o conservación de cada una de esas culturas existe por lo general un territorio al que está adscrita. Por ejemplo, existe la cultura del domingo solamente en tanto que el domingo no sea una pura cuestión privada. Sólo si se trata de algo público, entonces se desarrolla un determinado estilo de domingo. Multiculturalidad en uno y el mismo territorio quiere decir, a la larga, eliminación de todas las culturas que existen en ese territorio a favor de la unidad cultural.
Herbert Schnädelbach

Junto a la afirmación de la propia cultura, se dan ciertas convicciones para las que pretendemos una validez absoluta y para las que asimismo deberíamos tener un espíritu misionero. Herbert Schnädelbach ha escrito recientemente una invectiva contra el cristianismo diciendo que las “convicciones sobre la verdad absoluta” son “esencialmente violentas”. Esto es un auténtico disparate. Hay, por ejemplo, verdades pertenecientes a la fe cristiana, de cuyo carácter absoluto están convencidos los cristianos, pero en la forma de ser conscientes de que tan sólo pueden ser aceptadas libre, no forzadamente. Hay verdades con las que no cabe transigir, por ejemplo la dignidad inalienable de cada hombre. Justamente la exigencia de tolerancia descansa sobre esa verdad. Un relativista tendría también que ser tolerante con la intolerancia. ¿Por qué habría de tener aquí una convicción absoluta? Él practicará quizás incluso una intolerancia violenta, no en nombre de una verdad absoluta pero sí en razón de intereses de poder o de autoafirmación. Los nacionalsocialistas, por ejemplo, en absoluto estaban animados por una convicción de la verdad de carácter misionero, sino por la idea de que nuestro modo de vida debería mostrarse como el más fuerte frente a todos los demás, y de que nuestra raza debería dominar. Su intolerancia se fundaba en el relativismo, no en una convicción sobre la verdad de carácter absoluto.

Los grupos religiosos violentos casi nunca lo son en nombre de la verdad de su religión, sino en nombre de su propio particularismo. Quieren reafirmar su monopolio territorial y quieren establecer y defender su cuota proporcional, mientras que en esos mismos territorios frecuentemente hay personas rectas que intentan establecer la paz con una convicción absoluta y profunda, por encima de las fronteras levantadas por aquellos grupos religiosos violentos.

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