
Por dignidad entiendo el carácter del hombre como un incondicional fin en sí mismo. Apreciamos el valor o bien la irrelevancia que para nosotros tienen las cosas. Cada valor tiene su precio. El hombre, en cambio, no tiene precio, ya que él es valioso por sí mismo, esto es, él mismo constituye la condición o supuesto de cada valor. Esto es lo que hemos de respetar. Si considero a un hombre sólo bajo el aspecto de lo que sea para mí y de lo que puedo hacer con él, en ese caso no lo estoy considerando bajo el aspecto de que él mismo es alguien, que quiere algo y que quiere hacer algo. Este respeto incondicional hacia el hombre es lo que se preceptúa en el concepto de dignidad humana.
¿Ve usted en la dignidad del hombre asimismo el fundamento para una concepción universal de los derechos humanos, transversal a todas las culturas?
Pienso que los derechos humanos constituyen la única forma en la que la dignidad humana puede sobrevivir en una civilización científico-técnica. Por eso Europa y América –esto es, los continentes en los que ha surgido la civilización científico-técnica– tienen el derecho y el deber de exportar los derechos humanos fuera de sus fronteras.
A menudo hoy se dice que los derechos humanos son tan sólo una idea europea, y se reprocha como injusto “eurocentrismo” la pretensión de hacer felices con ellos a personas de orígenes culturales distintos.

¿Qué piensa usted sobre el argumento de que cada cultura posee su propia ética y no puede haber, por principio, una ética universalmente válida?

Usted se ha descrito en alguna ocasión como “fundamentalista” de la dignidad del hombre. La palabra fundamentalismo es para usted un término sugestivo. ¿Por qué?
Encuentro que esa expresión se emplea con frecuencia de un modo inadecuado. Originariamente, la noción de “fundamentalismo” procede de un determinado movimiento protestante americano que sostenía, frente a la arbitrariedad del protestantismo liberal, que la Biblia debe ser tomada literalmente. Más tarde este concepto se politizó. Hoy en día se designan como fundamentalistas, por un lado, a los grupos terroristas –aquí radica la confusión– y de otra a personas que sencillamente están convencidas de algo. A las personas que poseen convicciones se les asocia a menudo con los terroristas.
¿Tener convicciones y ser terrorista no es meterlo todo en un mismo saco?
Exactamente. Por lo demás, una persona que carece de toda convicción es alguien en quien ordinariamente no confiamos. Si se dice de alguien: “Para éste nada es sagrado”, eso significa: ¡Cuidado! Si hay algo sagrado para alguien, eso quiere decir que hay cosas que según él no están a la libre disposición. La cuestión es: ¿Hemos de relativizar todas nuestras convicciones?

Nunca es necesario abandonar esa convicción, excepto en el caso de que alguien esté convencido de que se debe aniquilar o vejar a alguien por sus convicciones.
Es decir, ¿hay que aprender a convivir con el conflicto?
En cierto modo, sí. Si tengo la convicción de que la ablación femenina es algo malo, en ese caso consideraré falsa la convicción contraria, y la combatiré. ¡De lo contrario no podría considerar mi convicción como tal!
¿Cómo puede impedirse entonces que las convicciones se asocien con la intolerancia?
Una parte de mi convicción es precisamente esa: que no se puede forzar a otras personas en cuestiones de convicción. Las convicciones son teóricamente intolerantes. Sin embargo, la intolerancia teórica no implica una intolerancia práctica. Si le recomiendan a usted un medicamento que usted no quiere tomar, no le pueden obligar a tomarlo. Quien se lo recomienda, ciertamente puede tener la convicción añadida de que no debe obligar a tomarla a ninguna otra persona.
Texto completo en el enlace https://www.interrogantes.net/robert-spaemann-ninguna-ciencia-puede-dar-razon-ultima-del-mundo/ (mal editada)
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