Continuación de
la entrada anterior
Hay un dicho popular que dice que de lo que se come se cría. El filósofo, como cualquier ser humano,
ha de ser consciente de la influencia que ejerce su experiencia vital en el
pensamiento. (1) Reconociendo Spaemann esta circunstancia, lo predispone a un
diálogo fructífero con quien mantiene otras posturas. (2)
g) Valentía en los planteamientos y las propuestas
Sin rebelarse, a
priori, contra lo establecido, no condiciona su discurso ir contracorriente
o cuestionar el legado precedente. (3) Considera que el debate filosófico ha de
plantearse llegar al fondo de las cuestiones para intentar dar la mejor
respuesta. No le corresponde llegar a soluciones de compromiso buscando un
consenso. Esto, que pude ser loable en el ámbito político no lo es en el
discurso filosófico.
h) Independencia
No percibo en Spaemann la alineación a una corriente de
pensamiento determinado. Aunque no parte de cero, tiene en cuenta el legado de
gran número de autores de tendencias diversas. Sus escritos incorporan aquellos
planteamientos que considera útiles para argumentar su discurso. Aunque partan
de posiciones alejadas de las suyas, los contempla como un enriquecimiento para
el trabajo reflexivo. Si, en algún caso, hay coincidencias entre sus propuestas
y las de una determinada corriente estarán motivadas por una convergencia de
criterios puntual. Su condición de católico no le impide criticar desde el
discurso filosófico, si es preciso, las posturas de otros católicos, aunque se
trate de miembros de la jerarquía, si considera que sus planteamientos son inadecuados.
i) Discernimiento
Su vasto conocimiento de la historia del pensamiento
filosófico, estimulada, a buen seguro, por su larga trayectoria académica, no dispersa
su relato. Siguiendo un orden expositivo, extrae del acervo lo que considera adecuado
al desarrollo de su discurso.
(1) “…dice Tomás de Aquino: Qualis unusquisque est talis
finis videtur ei (lo que a cada uno se presenta como fin depende de cómo
sea cada cual).” (Robert Spaemann, Felicidad y benevolencia, Rialp,
Madrid, 1991, página 27).
(2) “Los argumentos del discurso ético son argumenta ad
hominem. Leibniz hizo hincapié en que eso vale para cualquier argumento.
Nadie puede comenzar a argumentar en tierra de nadie. Toda ciencia presupone un
acervo de lo ya admitido. Por eso las disciplinas teóricas y técnicas producen
la impresión de un saber constrictivo, puesto que para ellas ese acervo, es
decir, «aquello de lo que se parte», es en cierta medida homogéneo. Cuando, por
el contrario, se trata de la praxis vital, las diferencias de procedencia, de
socialización, de biografía, de religión, de carácter y de edad de quienes
participan en la conversación juegan un papel.” (Robert Spaemann, Límites.
Acerca de la dimensión ética del actuar, Eiunsa, Madrid, 2003, página 11).
(3) “…hay casos en los que se ponen en cuestión todos estos
presupuestos, bien porque surgen preguntas prácticas para las que esos
presupuestos no pueden ofrecer respuesta, bien porque se discuten las premisas
mismas.” (Robert Spaemann, Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar,
obra citada, página 12).
No hay comentarios:
Publicar un comentario