Al no poder
llegar a todo lo que nos propone la benevolencia hay que seleccionar y
establecer una jerarquía de actuación.
Como procede de
un ser finito el orden establecido no es inmutable sino que hay que ajustarlo a
las circunstancias de cada momento, pero sin perder de vista su razón de ser como
aplicación de la benevolencia.
¿Qué pasa
entonces con los que quedan pospuestos o excluidos del proceso de selección? La
propia limitación del agente reclama la necesidad de ser perdonado por aquellos
que, dentro de su orden, se presentan como menos reales para él.
Este perdón se
podría asimilar a la comprensión y, de algún modo, acorta la distancia entre la
universalidad de la benevolencia y la limitación del agente. Le hace sentir
mejor, pero no debe ser motivo para cambiar de criterio si le falta.
Hasta aquí se ha
expuesto, muy resumidamente, el contenido de la ética de la benevolencia, pero
surge una pregunta inevitable: ¿qué le aporta todo esto al ser humano?
Se podría expresar
de la siguiente manera: en la medida en que el ser humano ame con amor de
benevolencia obtendrá la amistad con él mismo, la vida lograda, que es consecuencia
de la convergencia entre las aspiraciones de felicidad y el ejercicio de la justicia;
la armonía interna y externa; la plena realización como ser humano.
Es un planteamiento de vida asequible para todo ser humano, pero al mismo tiempo difícil, porque la disposición a despertar a la realidad nota la tirantez que lleva a la centralidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario