sábado, 5 de diciembre de 2015

Ordo amoris* (6)

De la universalidad de la benevolencia se sigue que cualquier persona puede ser para cualquier otra, en cualquier momento, el «prójimo», es decir, alguien que, intencionada o accidentalmente, se coloca junto a él en una situación de proximidad física. El propio derecho penal reconoce el deber de prestar auxilio a las víctimas de un accidente. Este deber corresponde sobre todo a quien se encuentra casualmente en la situación de «mayor proximidad» a los heridos. Esta situación no deroga, desde luego, el ordo amoris, sino que es un caso de aplicación del mismo.

La extensión del amor es infinita. Si entendemos el amor como amor benevolentiae, como hacer que lo real se torne real para nosotros, el resultado es el mismo.

El criterio de medida del referido hacerse real no es el medio entre extremos, sino un extremo en sí mismo: salvar la distancia infinita entre la negatividad de la reflexión y la positividad del ser.

Para el ser que ha despertado a la razón, la transformación de la vida mediante el logos y el llenar de vida la racionalidad es un proceso sin fin. Entenderlo como tarea es, en sí mismo, un don: el don de empezar a despertar.

Dentro del ordo amoris existe una conciencia cada vez más despierta, pero no un progreso que signifique un paso del dormir al despertar.

*Ver Robert Spaemann: Felicidad y benevolencia (1989) - Ediciones Rialp (1991) – Ordo amoris. II. Páginas 172-173


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