De la universalidad de la benevolencia se
sigue que cualquier persona puede ser para cualquier otra, en cualquier
momento, el «prójimo», es decir, alguien que, intencionada o accidentalmente,
se coloca junto a él en una situación de proximidad física. El propio derecho
penal reconoce el deber de prestar auxilio a las víctimas de un accidente. Este
deber corresponde sobre todo a quien se encuentra casualmente en la situación
de «mayor proximidad» a los heridos. Esta situación no deroga, desde luego, el ordo amoris, sino que es un caso de
aplicación del mismo.La extensión del amor es infinita. Si entendemos el amor como amor benevolentiae, como hacer que lo real se torne real para nosotros, el resultado es el mismo.
El criterio de medida del referido hacerse real no es el medio entre extremos, sino un extremo en sí mismo: salvar la distancia infinita entre la negatividad de la reflexión y la positividad del ser.

Para el ser que ha despertado a la razón, la transformación de la vida mediante el logos y el llenar de vida la racionalidad es un proceso sin fin. Entenderlo como tarea es, en sí mismo, un don: el don de empezar a despertar.
Dentro del ordo amoris existe una conciencia cada vez más despierta, pero no un progreso que signifique un paso del dormir al despertar.
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