jueves, 10 de diciembre de 2015

El perdón (4)

En el perdón «ontológico» permitimos al otro que no cumpla la promesa que como ser racional es. Le permitimos la perspectividad de un ordo amoris finito, en el cual somos menos real para él de lo que nosotros mismos nos sentimos, por lo cual su ordo amoris coincide con el nuestro únicamente en que sabe sobre su propia finitud y perspectividad, la acepta y se anula a sí mismo como condición de la coexistencia con otros órdenes de benevolencia. (1)

El perdón ontológico es un orden de reciprocidad, permanece oculto para él el sentido propiamente humano. El sentido específicamente humano del perdón hace inequívocamente acto de presencia cuando el orden de la reciprocidad es perturbado por el abuso de uno, o, lo que es lo mismo, por defraudar la exigible realización de la realidad del otro o no responder a la benevolencia razonable. (2)

El perdón supone en última instancia que el agente puede revocar posteriormente el modo de ser que se reveló en la acción, sin rehuir la posibilidad de que por ser de ese modo fue por lo que pudo hacer algo y lo hizo.

Es posible gracias a un nuevo paso hacia adelante en el camino del despertar a la realidad. El hombre empieza a ver desde una nueva perspectiva lo que previamente era. Lo que desde su anterior lugar tenía que ocurrir necesariamente no aparece ahora ya como necesario. Ahora se estima que fue culpa nuestra haber estado en ese lugar. Sin embargo, el paso en que se acepta la culpa como culpa, se establece una distancia con ella y se la vence no lo puede dar nadie por sí solo.

Encarar la culpa -no sólo la responsabilidad personal- como culpa efectiva significa querer vencerla. Eso sólo ocurre con la ayuda de los demás. Querer perseverar en la propia culpa o pretender exculparse a sí mismo son actitudes de autoafirmación que se reflejan en la expresión «precisamente así soy yo».

El culpable no puede prescindir del perdón. El descubrimiento de esta necesidad es el primer paso de retorno a la verdad. Ese primer paso no lo es nunca la autoinculpación formulada como «esto no me lo perdonaré nunca».

Nadie puede perdonarse algo a sí mismo. No podemos sino hacernos perdonar y aceptar el perdón. El resultado es el agradecimiento. El agradecimiento es por su parte la forma más pura de benevolencia, la forma de benevolencia libre de todo peligro de soberbia disimulada. (3)

(1) Robert Spaemann: Felicidad y benevolencia ‘1989’ (Glück und Wohlwollen) – Ediciones Rialp ‘1991’ Segunda parte. Perdón. I. Páginas 276-277
(2) Ver Robert Spaemann: Felicidad y benevolencia. Segunda parte. Perdón. II. Página 277
(3) Ver Robert Spaemann: Felicidad y benevolencia. Segunda parte. Perdón. II. Páginas 278-279

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