En
el perdón «ontológico» permitimos al otro que no cumpla la promesa que como ser
racional es. Le permitimos la perspectividad de un ordo amoris finito, en el cual somos menos real para él de lo que
nosotros mismos nos sentimos, por lo cual su ordo amoris coincide con el nuestro únicamente en que sabe sobre su
propia finitud y perspectividad, la acepta y se anula a sí mismo como condición
de la coexistencia con otros órdenes de benevolencia. (1)
El
perdón ontológico es un orden de reciprocidad, permanece oculto para él el
sentido propiamente humano. El sentido específicamente humano del perdón hace
inequívocamente acto de presencia cuando el orden de la reciprocidad es
perturbado por el abuso de uno, o, lo que es lo mismo, por defraudar la
exigible realización de la realidad del otro o no responder a la benevolencia
razonable. (2)
El
perdón supone en última instancia que el agente puede revocar posteriormente el
modo de ser que se reveló en la acción, sin rehuir la posibilidad de que por
ser de ese modo fue por lo que pudo hacer algo y lo hizo.
Es
posible gracias a un nuevo paso hacia adelante en el camino del despertar a la
realidad. El hombre empieza a ver desde una nueva perspectiva lo que
previamente era. Lo que desde su anterior lugar tenía que ocurrir
necesariamente no aparece ahora ya como necesario. Ahora se estima que fue
culpa nuestra haber estado en ese lugar. Sin embargo, el paso en que se acepta
la culpa como culpa, se establece una distancia con ella y se la vence no lo
puede dar nadie por sí solo.
Encarar
la culpa -no sólo la responsabilidad personal- como culpa efectiva significa
querer vencerla. Eso sólo ocurre con la ayuda de los demás. Querer perseverar
en la propia culpa o pretender exculparse a sí mismo son actitudes de
autoafirmación que se reflejan en la expresión «precisamente así soy yo».
El
culpable no puede prescindir del perdón. El descubrimiento de esta necesidad es
el primer paso de retorno a la verdad. Ese primer paso no lo es nunca la
autoinculpación formulada como «esto no me lo perdonaré nunca».
Nadie
puede perdonarse algo a sí mismo. No podemos sino hacernos perdonar y aceptar
el perdón. El resultado es el agradecimiento. El agradecimiento es por su parte
la forma más pura de benevolencia, la forma de benevolencia libre de todo
peligro de soberbia disimulada. (3)
(1)
Robert Spaemann: Felicidad y benevolencia
‘1989’ (Glück und Wohlwollen) – Ediciones Rialp ‘1991’ Segunda parte. Perdón.
I. Páginas 276-277
(2)
Ver Robert Spaemann: Felicidad y
benevolencia. Segunda parte. Perdón. II. Página 277
(3)
Ver Robert Spaemann: Felicidad y
benevolencia. Segunda parte. Perdón. II. Páginas 278-279
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