miércoles, 9 de diciembre de 2015

El perdón* (3)

La aceptación de la realidad del otro, el amor benevolentiae, existe sólo como aceptación de su vida natural, es decir, de su centralidad. El fundamento de esa aceptación sólo puede hallarse en que él haya trascendido ya su propia centralidad.

La potencia para una trascendencia como la referida se halla en la misma centralidad viviente, la es objeto de la benevolencia. Podemos decir que la forma y el contenido de la aceptación de los seres finitos no coinciden. De ahí que dicha aceptación incluya siempre el momento del perdón: de perdón por el hecho de que nadie cumpla lo que su ser promete.

En todo hay un resplandor prestado. Mas precisamente por eso el perdón en cuestión es también aceptación, pues la naturaleza finita que tenemos que perdonar es al mismo tiempo el ser de aquél a quien se dirige el perdón, es decir, el fundamento de su autotrascendencia.

En esa autotrascendencia consiste el esplendor por cuya causa amamos con benevolencia a un ente. En sentido fundamental, premoral, perdón significa hacer justicia y respetar su dignidad sólo cuando no lo tomamos completamente en serio, ya que eso significaría destruirlo, pues ser tomado perfectamente en serio es algo que exige demasiado de nosotros.

Nadie está completamente despierto. Naturalidad es inconsciencia. Es ontológico ese perdón porque su objeto es nuestro ser: el ser como somos.

*Ver Robert Spaemann: Felicidad y benevolencia ‘1989’ (Glück und Wohlwollen) – Ediciones Rialp ‘1991’ Segunda parte. Perdón. I. Página 273

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