domingo, 6 de diciembre de 2015

Ordo amoris* (y 7)

¿Hay una relación moral humana, una relación de benevolencia y de disposición a prestar socorro más allá de las relaciones interhumanas? Esta pregunta hay que responderla afirmativamente.

El animal no se puede descubrir a sí mismo como ente entre los entes. El bruto no puede salir de su centralidad. Por eso, no puede contraer deberes.

Podemos preguntarnos si tiene justificación infligir algo que sea más o menos malo al animal. Esta pregunta sólo podemos hacérnosla una vez que el animal se ha hecho real para nosotros, cuando lo hemos percibido como en sí mismo es.

Las consideraciones en torno a la exigibilidad que hacemos en ese caso son, por su parte, inevitablemente analógicas. Sólo de ese modo se abre para nosotros la realidad del animal. Más allá de esa analogía nos conduciría a lo fantástico, dentro del cual el reduccionismo materialista es la forma más irresponsable.

Como el animal no se hace real para sí mismo, sino que permanece en la centralidad de la inclinación instintiva. La benevolencia para con él se refiere también a esos estados, a sus modos de experiencia, no a su vida como totalidad.La vida del animal sólo es real de momento en momento. Únicamente deviene totalidad para nosotros cuando desarrollamos una relación con ella.

El animal no tiene en sí mismo biografía alguna, y la duración o brevedad de su vida carece de importancia. Lo único real es su instantáneo vivir, y a ello exclusivamente se refiere nuestra benevolencia y nuestra responsabilidad.

Además, existe la responsabilidad frente a la naturaleza por mor de sí misma. Significa que toda especie y el vivir que le es propio es una revelación del ser, un modo de dejar que la realidad devenga real en sus reflejos.

Si el respeto a la naturaleza es entendido correctamente, no podemos dejar que ni el respeto a la naturaleza en atención de sí misma ni el que le tenemos en consideración del hombre. La razón de ello está en que la relación del hombre con el mundo no es primariamente una relación de autoafirmación ni de «metabolismo» con la naturaleza, sino una relación de copertenencia de carácter originario. En la conciencia del ser racional se recobra la realidad concebida como totalidad. Deviene «real» de un modo nuevo la totalidad del mundo.

Amar algo por sí mismo es, precisamente, el modo específico de autorrealización humana. 

La distancia que pueda separar a lo inanimado de ser objeto de benevolencia depende también de cómo lo entendamos nosotros, es decir, de en qué medida lo percibamos como real.

Sin embargo, como lo que carece de vida no nos exige por sí mismo ninguna decisión ontológica; es nuestra percepción lo que procura realidad a la criatura inanimada, en primer lugar dándole significado. El arroyo existe como arroyo mientras haya hombres, animales y plantas con los que forma el mundo. En esa medida, tiene también un lugar en el ordo amoris.

*Ver Robert Spaemann: Felicidad y benevolencia (1989) - Ediciones Rialp (1991) – Ordo amoris. IV. Páginas 178-181




No hay comentarios:

Publicar un comentario