Relación con la benevolencia:
- Lo específicamente ético no reside en respetar una condición determinada a la
que se subordina cualquier persecución individual de fines. Esta condición es
la aceptación del otro, la benevolencia incondicionada para con todo ser
racional. La benevolencia relativiza los fines naturales exclusivamente a causa
de que el agente se concibe a sí mismo como uno entre los demás, a los que no
priva de la posibilidad de perseguir fines naturales o caprichosos.
- Abstraer de toda circunstancia significaría no hablar ya más de
acciones determinadas y renunciar a toda operacionalización del principio de la
benevolencia. El resultado sería una ética de situación puramente nominalista.
Del «formalismo» kantiano no deriva ningún principio que permita fijar el grado
de individualización de determinados tipos de acción o de situación a los que
puedan referirse nuestras reglas morales.
- La benevolencia no exige apropiarse de los fines de los demás, mas sí
hace valer su identidad y robustece la posibilidad de cada uno de perseguir sus
propios fines.
- Los principios de la ética de los valores, que entiende los valores
como fundamento originario, dado intuitivamente, de toda moral, se consideran
en la actualidad sospechosos de destruir toda ética racional como consecuencia
de la apelación que hacen a la evidencia subjetiva de datos últimos, así como
de hacer que resulte imposible la función más importante de la ética: la
solución consensuada de los conflictos. La tarea primordial de la ética no es
resolver conflictos. La ética es, ante todo, la reflexión sobre las condiciones
de la vida lograda y, después, la doctrina de las consecuencias prácticas de la
benevolencia, es decir, del ordo amoris.
Lejos de resolver los conflictos, lo ético puede, bajo determinadas
circunstancias, agudizarlos. La reflexión ética no trata sobre la solución de
los conflictos sin más, sino sobre la correcta solución de los mismos.
Determinar cuál sea la referida solución es algo sobre lo que puede existir
disputa.
- Se ha hecho la propuesta de sustituir la consulta individual a la
razón práctica propia por el resultado de un discurso real con todos los
afectados por las consecuencias de mi acción. El principio de benevolencia no
sólo exige considerar el bienestar de los afectados por mi acción, sino también
permitirles que se manifiesten acerca de la definición del bienestar mismo, así
como sobre la elaboración de las normas exigibles a todos. Nadie puede decidir
por los demás sobre lo que se debe exigir.
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