miércoles, 2 de diciembre de 2015

Ordo amoris* (3)

La amistad es la forma ejemplar y más intensa de benevolencia, por encima de todo criterio de justicia.

La amistad es un regalo libre y una libre elección. Es el centro de toda ética, pues en ella se torna evidente la benevolencia, que es, por su parte, la base de cualquier exigencia de justicia.

Reconocer a alguien como sujeto capaz de reivindicar derechos significa, de algún modo, amarlo con amor de benevolencia.

Más allá de la amistad, comienza el campo de la ética normativa, el ámbito de los deberes de justicia.

Para los seres vivos finitos, la benevolencia, que tiene una índole universal, debe distribuirse en una estructura que se corresponda tanto con la finitud de su perspectiva, cuanto con la de sus objetos. Es lo que San Agustín (1) denominó ordo amoris. Cada cual tiene su propio lugar en el ordo amoris del otro.

Agustín de Hipona
La universalidad de la razón nos permite entender claramente que no podamos ser tan importantes para nadie como lo somos para nosotros mismos. Sin embargo tenemos derecho a no ser considerados por ningún ser humano como un nadie. En cuanto estemos afectados por las acciones de los demás somos sujetos de un legítimo derecho de justificación.

Precisamente porque puedo relativizar mis propios intereses, porque soy capaz de una forma de benevolencia fundamental, tengo derecho a ser objeto de consideraciones razonables siempre que se vean afectados mis intereses.

De tres maneras nos podemos ver afectados por las acciones de los demás: como respuesta a una acción nuestra, como consecuencia del odio que alguien nos profesa o por la influencia que las acciones de otros pueden tener sobre nosotros.

*Ver Robert Spaemann: Felicidad y benevolencia (1989) - Ediciones Rialp (1991) – Ordo amoris. I. Página 169
(1) Julian Betancourt Valadez y Marco Mendez: San Agustin de Hipona, "El deseo,la voluntad y el amor" (nous-siglo-xxi.blogspot.com.es/p/pipi.html)
Una definición que ofrece Agustín: amar no es otra cosa que desear una cosa por sí misma (San Agustín, De div, quaest. 83, 35). Ello implica la distinción entre lo deseado y lo que es en sí mismo deseable. En principio, hay múltiples objetos de amor: vida, inteligencia, criaturas, uno mismo, Dios; pero no todos deben ser amados ni de cualquier manera, pues el amor no  está fuera de un orden, querido por el Creador: el ordo amoris. Se ha de amar todo como debe ser amado; en primer lugar, se ha de amar  a Dios mismo, Sumo Ser y Creador de todo, amándolo a Él mismo y no por otra cosa.  Sólo en referencia a Él encuentra su justo lugar el amor a sí mismo, a los semejantes y la relación con las restantes criaturas. El trastorno de este orden del amor es la defección o mal; por el contrario, la virtud puede definirse, según la conocida expresión agustiniana, como el orden del amor ( ,Civ.Dei,XV,XXII). 
Agustín resume así el ordo amoris: A todo hombre  en cuanto hombre se le debe amar  por Dios  y a Dios por sí mismo. Y como Dios debe ser amado más que todos los hombres, cada uno debe amar a  Dios más que a sí mismo. También se debe amar a otro hombre más que a nuestro cuerpo...todas las cosas se han de amar por Dios (San Agustín, Doctr. christ., I,XXVII,28)



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