viernes, 18 de diciembre de 2015

Ética discursiva* (2)

Aspectos criticables:

- El nominalismo antiteleológico de la modernidad es el que sugiere una nueva interpretación de la razón clásica como ética discursiva.

- La disposición a entrar en un discurso justificatorio tiene una significación eminentemente moral, pero no se halla donde la «ética discursiva» la busca. Su significación no consiste en la producción de normas, sino en el examen de las mismas. Esta función no se puede realizar con discursos ideales ficticios, sino únicamente con discursos empíricos reales.

- El discurso que sirve como criterio es un discurso ideal admitido contrafácticamente, cuyo resultado tenemos que anticipar en nuestras consideraciones morales. Los discursos reales, que tienen como objetos preguntas prácticas, no están nunca libres de dominio. La anticipación del resultado del discurso no es más que el fruto de la deliberación racional consigo mismo que debería ser sustituido por la ficción del discurso ideal.

- Solamente los discursos reales pueden verificar la anticipación de los discursos ideales ficticios. Sólo en ellos nos exponemos al otro en tanto que ser verdaderamente real, así como a sus puntos de vista, a menudo radicalmente contrarios a los nuestros, los cuales no podemos anticipar en modo alguno mientras tengamos que ver únicamente con la «idea» del otro.

- En el discurso aportamos propuestas orientadas por la justicia para resolver los conflictos. Sobre las referidas propuestas -sólo sobre ellas- es posible un discurso racional. Los discursos reales tienen la función de verificar la pretendida imparcialidad de nuestros juicios morales.

- Para elegir un orden justo, se debe ya ser justo. La justicia de la elección no se puede establecer mediante un cálculo de los intereses propios bajo condiciones fácticas.

- Los regímenes basados en la ideología de la ausencia de dominio obtienen por la fuerza el consentimiento de los súbditos.

- Un ulterior supuesto de los discursos ideales: la necesidad de un cierto grado de homogeneidad. La razón no es suficiente por sí sola para producirlo. Si la comunidad de la naturaleza humana consistiera exclusivamente en la capacidad de hablar y en la de pensamiento, no en tener también una cierta comunidad elemental en el modo de apreciar los valores inmediatos, el discurso sería incapaz de suplir la falta de esta última. No se pueden producir discursivamente valores comunes. Más bien son supuestos para que pueda producirse un entendimiento sobre lo bueno y lo malo. Sin una cierta homogeneidad del sentimiento moral, la voluntad no puede hacer nada en favor del entendimiento y el compromiso racionales. El discurso no puede llevar -como no puede hacerlo la razón que quiere representar- a una normalización no meramente formal del obrar, a no ser que los que entran en diálogo entre sí estén de acuerdo de antemano sobre ciertas valoraciones elementales. Cuando no sea éste el caso, no será posible que el discurso supla el acuerdo.

*Ver Robert Spaemann en Felicidad y benevolencia, Ediciones Rialp ‘1991’ – Segunda parte. 6. El discurso. Páginas 200-213.


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