lunes, 23 de noviembre de 2015

Dualismo ético : eudemonismo y universalismo (1)

En la historia de la ética está presente, casi desde siempre, un dualismo difícil de superar entre dos concepciones morales: el eudemonismo y el universalismo. El fin básico de la primera consiste en determinar con precisión la noción de vida lograda y en descubrir el modo de alcanzarla. El objetivo central de la segunda radica en definir rigurosamente el deber y en encontrar el procedimiento adecuado para cumplirlo (1).

Estas concepciones divergentes son fruto de un reto que afronta la ética desde sus inicios y que se concreta en un doble desafío. Por un lado la armonización entre la satisfacción inmediata del instinto y la felicidad. Por otra parte la armonización entre el propio bien y la justicia.

La dificultad de toda ética eudemonista consiste en fundamentar el interés por el bien de los demás, de dotar sentido a la idea de responsabilidad, tanto ante sí como de sí mismo.

La dificultad de la ética universalista del deber es hacer que se conciba un interés capaz de mover a cada uno a querer algo que, a juicio de cada cual, sería bueno que todos lo quisieran. (2).

(1) Ver Robert Spaemann: Felicidad y Benevolencia, Eunsa, Estudio Introductorio de José Luis del Barco. Página 11
(2) “El reto al que se enfrenta la reflexión ética ha permanecido sustancialmente idéntico desde el siglo V antes de Cristo, de ahí que sea razonable hablar de una constante antropológica, al menos de una constante en todas las culturas desarrolladas. … Se trata de un doble desafío. Ese reto consiste, por un lado, en que la integración de los impulsos parciales en la totalidad de una vida lograda no acontece, en el hombre, por sí misma. El hombre «conduce» su vida y, además, ha de aprender a hacerlo. La satisfacción inmediata del instinto y la «felicidad» no se hallan siempre en una armonía preestablecida. El centro de interés de la ética antigua se situaba en el tema de la eudaimonia, en el logro de la propia vida. Se trata de algo que cada cual quiere, aun cuando la mayoría no sepa con claridad en qué consiste. La ética antigua es la doctrina del arte de la vida. … El segundo desafío estriba en que tampoco existe armonía preestablecida entre el interés de cada uno por el logro de su vida y el interés de los demás por el logro de las suyas. El búho de uno puede ser ruiseñor de otro. En las culturas desarrolladas y en las sociedades complejas la conducta parasitaria queda frecuentemente impune e, incluso, resulta premiada. De ahí que a menudo nos hallemos en una situación en que sólo nos cabe atender al bien de los demás o promover el bonum commune descuidando el propio interés. Este es el centro de atención de la ética moderna. Lo mismo para Kant que para la ética discursiva o la utilitarista, la felicidad propia se halla subordinada a un criterio más alto que decide quién es «digno de ser feliz». (Robert Spaemann. Felicidad y benevolencia, obra citada, Prólogo, páginas 25 a 27).


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