La dificultad de toda ética eudemonista consiste en
fundamentar el interés por el bien de los demás, de dotar sentido a la idea de
responsabilidad, tanto ante sí como de sí mismo.
La dificultad de la ética universalista del deber es
hacer que se conciba un interés capaz de mover a cada uno a querer algo que, a
juicio de cada cual, sería bueno que todos lo quisieran. (2).
(1) Ver Robert Spaemann: Felicidad y Benevolencia,
Eunsa, Estudio Introductorio de
José Luis del Barco. Página 11
(2) “El reto al que se enfrenta la
reflexión ética ha permanecido sustancialmente idéntico desde el siglo V antes
de Cristo, de ahí que sea razonable hablar de una constante antropológica, al
menos de una constante en todas las culturas desarrolladas. … Se trata de un
doble desafío. Ese reto consiste, por un lado, en que la integración de los
impulsos parciales en la totalidad de una vida lograda no acontece, en el
hombre, por sí misma. El hombre «conduce» su vida y, además, ha de aprender a
hacerlo. La satisfacción inmediata del instinto y la «felicidad» no se hallan
siempre en una armonía preestablecida. El centro de interés de la ética antigua
se situaba en el tema de la eudaimonia, en el logro de la propia vida. Se trata
de algo que cada cual quiere, aun cuando la mayoría no sepa con claridad en qué
consiste. La ética antigua es la doctrina del arte de la vida. … El segundo
desafío estriba en que tampoco existe armonía preestablecida entre el interés
de cada uno por el logro de su vida y el interés de los demás por el logro de
las suyas. El búho de uno puede ser ruiseñor de otro. En las culturas
desarrolladas y en las sociedades complejas la conducta parasitaria queda
frecuentemente impune e, incluso, resulta premiada. De ahí que a menudo nos
hallemos en una situación en que sólo nos cabe atender al bien de los demás o
promover el bonum commune descuidando el propio interés. Este es el
centro de atención de la ética moderna. Lo mismo para Kant que para la ética
discursiva o la utilitarista, la felicidad propia se halla subordinada a un
criterio más alto que decide quién es «digno de ser feliz». (Robert Spaemann. Felicidad
y benevolencia, obra citada, Prólogo, páginas 25 a 27).
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