El
intercambio de bienes nos lleva a lo que se denomina precio justo de las cosas.
Ahora bien, el valor de los objetos depende de la apreciación de los
interesados que está influida por la escasez del bien en cuestión. El precio en
un mercado que funcione se rige por la ley de la oferta y la demanda.
La
injusticia consiste en aprovecharse de una necesidad, de una posición de
dominio en el mercado para exigir un precio desorbitado. La virtud de la
justicia la necesitan los individuos particulares sólo cuando la situación es
de tal modo asimétrica, que están en disposición de utilizar la fuerza a la
hora de fijar el precio del intercambio.
La
justicia es precisamente la virtud de los que disponen de poder: la virtud del
más fuerte. El débil no necesita virtud para estar interesado por la simetría; le
interesa simplemente porque es la manera de mejorar su posición.
Donde
domine la igualdad, como en un mercado libre que funcione perfectamente, no
será dañada la justicia si cada cual toma lo que puede recibir. Es privilegio
de los más poderosos proporcionar medidas distintas a las del propio provecho;
es decir, poder repartir.
La
justicia es, ante todo, un punto de vista en la distribución de los bienes
escasos, en el ámbito de relaciones ya institucionalizadas; pero la justicia no
crea esas relaciones.
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