jueves, 5 de noviembre de 2015

Los dos conceptos fundamentales de la moral* (y 3)

La postura de Spaemann se inclina hacia la tendencia a la justificación (1). Su planteamiento se basa en la estructura formal de la acción ética, que describe de la manera siguiente: en primer lugar, la inmediatez de una valoración en la que no han intervenido razones; en segundo lugar, una decisión determinante por medio de la razón, que coordina los impulsos hacia lo bello y los calibra críticamente en función del objetivo de la vida buena en conjunto. (2)

No ha de sorprender una tensión entre el aspecto intuitivo y el racional, una tensión necesaria que no se puede suprimir sin que quede maltrecho lo que es propiamente moral.

Indica que es inherente al principio de integración racional tender a volverse contra sus propias premisas naturales e históricas y a disolverlas o funcionalizarlas. Añade que la historia de la ética europea  no puede entenderse sin esta tendencia.

Por el contrario, destaca que es la grandeza de la filosofía clásica realizar una racionalidad que no por ello cae en la irracionalidad de olvidar sus propias premisas naturales e históricas, es decir, no racionales.

Reitera que cuando la racionalidad se hace exclusiva, se vuelve irracional, resultado de una opción arbitraria, como los residuos irracionales excluidos por ella. La razón que no conserva la memoria de sus premisas naturales e históricas deviene ella misma de nuevo mera naturaleza.

Y concluye que toda moral de civilizaciones complejas se fundamenta en una tensión estabilizada entre el punto de vista del valor y el de la meta o del bien. Dicho de otro modo, una tensión entre el principio del honor (3) y el principio de la racionalidad. (4) 

* Ver Robert Spaemann, Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar, Eiunsa, Los dos conceptos fundamentales de la moral, páginas 71 a 75
(1) “La ética prefilosófica consiste en una serie de tabúes cada uno de los cuales reclama una validez absoluta. La necesidad de una fundamentación se plantea allí donde estos tabúes, estos esquemas de acción, no cubren ya la realidad vivida. Donde se vuelven ambiguos o antinómicos y colisionan entre sí. O también allí donde los ámbitos de la vida en los que las normas tradicionales encuentran aplicación se vuelven indiferentes a dichas normas porque hay nuevas realidades que esas normas no cubren en absoluto. … Lo que en tales épocas de comienzo de la reflexión sobre el «bien supremo» deba valer como bueno ha de insertarse en el conjunto de una buena vida y sólo de esa insertabilidad recibe su legitimación. La idea de un conjunto tal se convertirá en telos, en meta, en el patrón de todas las normas vigentes. Pero, con todo, éstas no pueden deducirse positivamente de ella. Ya hay que saber o sentir que la amistad es un contenido muy señalado de la felicidad humana para hacer que a partir de la aspiración a la felicidad surja la voluntad de amistad. La ética de Aristóteles tuvo presente este punto de vista y fue así esencialmente hermenéutica, no apriorístico-deductiva.” (Spaemann, Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar, obra citada, página 70)
(2) Spaemann, Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar, obra citada, página 71, y añade “Encontramos esta estructura expuesta de una manera clásica en Las Euménides de Esquilo.”
(3) “Al principio del actuar que se orienta por la inmediatez de un valor lo he denominado también principio del honor” (Spaemann, Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar, obra citada, página 74)

(4) “Toda moral de civilizaciones complejas se funda en una tensión estabilizada, y una tensión por cierto, así podernos ahora decirlo, entre el punto de vista del valor y el de la meta o «del bien», como se dice en términos de la moral clásica. Dicho de otro modo, una tensión entre el principio del honor y el principio de racionalidad. … Hemos visto que toda moral reflexionada integra en el todo reflexivo de una vida recta las ideas de valor inmediatamente aceptadas y vividas. Este todo reflexivo, establecido como fin supremo, se encuentra en una necesaria tensión respecto de la inmediatez de aquellos valores que están integrados en él. Tiende a hacer de los esquemas morales de conducta meros medios para el «fin supremo». Es entonces exclusivamente este fin el que justifica los medios. Pero con ello el propio fin queda vaciado de aquellos contenidos que hacen de él un fin moral. Por otra parte, las morales que se basan en la simple inmediatez de las ideas de valor tradicionales, sin someterlas a crítica y calibrar su posible integración en el conjunto de una vida recta, están condenadas a la ineficacia y a su desaparición. Por consiguiente, toda moral ha de estabilizar de alguna manera la tensión sin suprimirla.” (Spaemann, Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar, obra citada, página 74)


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