La postura de Spaemann se inclina hacia la tendencia a la
justificación (1). Su planteamiento se basa en la estructura formal de la
acción ética, que describe de la manera siguiente: en primer lugar, la
inmediatez de una valoración en la que no han intervenido razones; en segundo
lugar, una decisión determinante por medio de la razón, que coordina los impulsos
hacia lo bello y los calibra críticamente en función del objetivo de la vida
buena en conjunto. (2)
No ha de sorprender una tensión entre el aspecto intuitivo y
el racional, una tensión necesaria que no se puede suprimir sin que quede
maltrecho lo que es propiamente moral.
Indica que es inherente al principio de integración racional tender a volverse contra sus propias premisas naturales e históricas y a disolverlas
o funcionalizarlas. Añade que la historia de la ética europea no puede entenderse sin esta tendencia.
Por el contrario, destaca que es la grandeza de la filosofía
clásica realizar una racionalidad que no por ello cae en la irracionalidad de
olvidar sus propias premisas naturales e históricas, es decir, no racionales.
Reitera que cuando la racionalidad se hace exclusiva, se
vuelve irracional, resultado de una opción arbitraria, como los residuos
irracionales excluidos por ella. La razón que no conserva la memoria de sus
premisas naturales e históricas deviene ella misma de nuevo mera naturaleza.
Y concluye que toda moral de civilizaciones complejas se
fundamenta en una tensión estabilizada entre el punto de vista del valor y el
de la meta o del bien. Dicho de otro
modo, una tensión entre el principio del
honor (3) y el principio de la racionalidad.
(4)
* Ver Robert Spaemann, Límites. Acerca de la dimensión ética
del actuar, Eiunsa, Los dos conceptos fundamentales de la moral, páginas 71
a 75
(1) “La ética prefilosófica consiste en una serie de tabúes cada
uno de los cuales reclama una validez absoluta. La necesidad de una
fundamentación se plantea allí donde estos tabúes, estos esquemas de acción, no
cubren ya la realidad vivida. Donde se vuelven ambiguos o antinómicos y
colisionan entre sí. O también allí donde los ámbitos de la vida en los que las
normas tradicionales encuentran aplicación se vuelven indiferentes a dichas
normas porque hay nuevas realidades que esas normas no cubren en absoluto. … Lo
que en tales épocas de comienzo de la reflexión sobre el «bien supremo» deba
valer como bueno ha de insertarse en el conjunto de una buena vida y sólo de
esa insertabilidad recibe su legitimación. La idea de un conjunto tal se
convertirá en telos, en meta, en el patrón de todas las normas vigentes.
Pero, con todo, éstas no pueden deducirse positivamente de ella. Ya hay que
saber o sentir que la amistad es un contenido muy señalado de la felicidad
humana para hacer que a partir de la aspiración a la felicidad surja la
voluntad de amistad. La ética de Aristóteles tuvo presente este punto de vista
y fue así esencialmente hermenéutica, no apriorístico-deductiva.” (Spaemann, Límites.
Acerca de la dimensión ética del actuar, obra citada, página 70)
(2) Spaemann, Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar,
obra citada, página 71, y añade “Encontramos esta estructura expuesta de una
manera clásica en Las Euménides de Esquilo.”
(3) “Al principio del actuar que se orienta por la inmediatez de
un valor lo he denominado también principio del honor” (Spaemann, Límites.
Acerca de la dimensión ética del actuar, obra citada, página 74)
(4) “Toda moral de civilizaciones complejas se funda en una
tensión estabilizada, y una tensión por cierto, así podernos ahora decirlo,
entre el punto de vista del valor y el de la meta o «del bien», como se dice en
términos de la moral clásica. Dicho de otro modo, una tensión entre el principio
del honor y el principio de racionalidad. … Hemos visto que toda moral
reflexionada integra en el todo reflexivo de una vida recta las ideas de valor
inmediatamente aceptadas y vividas. Este todo reflexivo, establecido como fin
supremo, se encuentra en una necesaria tensión respecto de la inmediatez de
aquellos valores que están integrados en él. Tiende a hacer de los esquemas
morales de conducta meros medios para el «fin supremo». Es entonces
exclusivamente este fin el que justifica los medios. Pero con ello el propio
fin queda vaciado de aquellos contenidos que hacen de él un fin moral. Por otra
parte, las morales que se basan en la simple inmediatez de las ideas de valor
tradicionales, sin someterlas a crítica y calibrar su posible integración en el
conjunto de una vida recta, están condenadas a la ineficacia y a su desaparición.
Por consiguiente, toda moral ha de estabilizar de alguna manera la tensión sin
suprimirla.” (Spaemann, Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar,
obra citada, página 74)
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