lunes, 30 de noviembre de 2015

Ordo amoris * (1)

Fundamento de la identidad moral del hombre es toda relación incondicionada, que es siempre simbólica. Por eso, toda acción moral es ritual, es decir, no está ordenada racionalmente a fines; es una representación de la benevolencia que rompe su universalidad.

De ordinario nadie da sin recibir algo a cambio: tiempo, fuerza, atención o bienes materiales, pero esta condición puede ignorarse por el culto a la pura espontaneidad, cuando  alguien vuelca voluntariamente en un ser toda la benevolencia de que es capaz. Dicho ser absorbe en el individuo la inconmensurabilidad, transformándose en símbolo absoluto, es decir no es relativizado ni en atención a los intereses de un tercero, ni como consecuencia de los efectos secundarios previsibles, ni debido al carácter preferencial propio de las acciones.

Esta benevolencia exclusiva no es aquel despertar a la realidad conforme al cual se entiende el amor benevolentiae. La arbitrariedad subjetiva en la elección del objeto de ese amor  hace que el otro no sea representación de lo incondicionado, sino un sustituto, se tematiza como objeto de la inclinación. No reside en último término en el otro la razón de esa entrega, sino en el propio individuo, de otro modo no sería un motivo para abstraer a todos los demás, que comparten con el otro la inconmensurabilidad de su propia identidad.

*Ver Robert Spaemann: Felicidad y benevolencia (1989) - Ediciones Rialp (1991) – Ordo amoris. I. Páginas 167-168

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